jueves, 25 de abril de 2024
Sol Mayor
jueves, 18 de abril de 2024
Tóner
jueves, 11 de abril de 2024
Actividades
jueves, 4 de abril de 2024
Abaco
Diana caminaba por la vereda de la farmacia, hacía treinta y ocho años que vivia ahí, pero el calor de la masa de cemento y ladrillo seguía sorprendiéndola con el calor agobiante que despedía a la tarde. A veces pensaba que de quedar ciega podría reconocer esa esquina tan solo por la energía que emanaba, mismo en el frío del invierno.
En la vidriera del negocio de al lado, una agencia de turismo, leyó un cartel que mostraba a una mujer de anteojos muy moderna, con un tailleur azul oscuro y una camisa blanquísima, el pelo atado y cara de concentración. A un lado la imagen transicionaba a la misma mujer en traje de baño en una playa Siciliana, con el pelo suelto y una gran sonrisa bajos los grandes lentes oscuros que tapaban buena parte de su cara pero nada de su expresión de felicidad. La transición de imágenes estaba acentuada por la palabra oppure, que Diana no supo interpretar porque no conocía el italiano. Pero si algunas frases de nessum dorma y allí se fue tarareando la canción de Turandot.
Entró al vestíbulo de la casa y se quitó los zapatos, se agitó la remera para ventilarse el cuerpo caliente y recitaba a viva voz:
- Delgua note, tramontana estele... al alba vinchero!!
Su abuela se asomó desde el arcada que formaba la escalera al cruzar el vestíbulo y daba paso a la cocina y amablemente, sin dejar de sonreirle le dijo:
- Dilegua o notte, tramontate stelle, tramontate stelle, all'alba vincero... ¿Era eso lo que cantabas? Creía que lo tuyo era Iron Maiden, no Puccini.
Diana se quedó meditando sobre esto último mientras buscaba una silla en la mesa del comedor, almorzar en casa de la abuela una vez por semana no se había interrumpido nunca, ni cuando se casó ni cuando se divorció. Claro que cuando se casó se mudó solo a dos cuadras y luego del divorcio volvió a la casa de sus padres, ya vacía después del accidente. La abuela no la había abandonado nunca, ni en la presencia, ni el espíritu. Diana no sabía si había otras formas de abandono, pero en todo caso su abuela no la había abandonado de ningún modo. Diana sabía que su abuela tenía otros nietos, pero también sabía, o creía saber, que ellas dos tenían un vínculo especial.
Era cierto lo de Maiden pero ¿por qué una cosa quitaría la otra? La banda británica tiene por autor en sus letras a alguien que no teme recurrir a los clásicos y eso produce canciones como Flight of the Icarus o Rime of the ancient mariner a la cual no sé cómo reaccionaría Coleridge si la pudiera escuchar, pero vamos, que linda canción.
Mientras esperaba que su abuela viniera con la fuente de comida a la mesa, tomó un album de fotos que estaba sobre ella y comenzó a recorrer esas gruesísimas hojas acartonadas que sostenían las fotos, separadas por papel manteca. Había fotos de su primo Luca bebé con el nonno Massimo y otra de Guillermina cuando era joven, sola bajo un sol terrible, en la plaza de la estación, que en esa época no era más que un desierto prolijo, con proyectos de árbol que eran solo palitos. Los ojos de Guillermina penetraban en la foto del mismo modo en que la habían recibido cuando sonreía bajo la arcada y amorosamente recitarle la letra de Nessun Dorma en italiano, idioma que ella misma tuvo que aprender para hablar con la familia de Massimo. En la siguiente hoja estaba Diana siendo bebé, con sus padres jovensísimos. Su padre tenía una sonrisa que ella había visto pocas veces en vivo, el pelo morocho y tupido y la cara limpia, sin barba ni bigote. Había visto esa foto miles de veces, pero cada vez que se topaba con ella volvía a sentir el vacío por el que caía, un vacío repentino y fresco, como si se rompiera una rama debajo de nuestros pies al estar trepados a un árbol.
Los fideos estaban listos, fueron servidos en una fuente, bañados en tucco y bombardeados de pequeñas albondigas que podían comerse de a dos o a tres a la vez. El olor del tucco de Guillermina era siempre increíble y para Diana esa era la mejor pasta que había en el planeta, a pesar de que sabía bien que no podía ser cierto porque el nonno toda la vida le había dicho a Guillermina: `tal vez la próxima finalmente lo logres' antes de comer el plato que tenía por delante como si fuera la mayor de las delicias.
Lentamente mientras Diana comía los fideos con paciencia y dedicación, observó el silencio entre ella y Guillermina, entendió que aquello no era un vacío, una falta de algo, sino que era parte de ese juego que había en la vida. Recordaba como el Magister Ludi podía atravesar una partitura musical con un análisis matemático que derivaría en una estrategía del ajedrez que sería comparable con un Haiku que luego nos dejaría reflexionando sobre nuestra vida. Siempre le había atraído la idea de poder hacer algo semejante, desde su adolescencia, y entonces todo: Puccini, Maiden, los fideos, los silencios y el calor que salía de las paredes, estarían relacionados entre sí, aunque sea por la más abtracta de sus formas, la forma que tomaba ella mientras masticaba las albóndigas.
- ¿Querés un poco de vino?
- No Guille, ahora en un ratito tengo una reunión de trabajo y me voy a quedar dormida frente al monitor. Gracias.
La tarde dió paso a la noche, pero ni aún así refrescó.
viernes, 29 de marzo de 2024
Susurros
domingo, 15 de octubre de 2023
Instrucciones
sábado, 5 de agosto de 2023
Carlos es Karl
El sol vio nacer a Karl Soergerssen en Estocolmo, en Julio del `66. Su padre Kristian era danés y su madre, Socors Castells, catalana. Los Soergerssen estaban allí en Suecia debido al trabajo de Kristian, era investigador del Colegio Politécnico de la Universidad Técnica de Dinamarca para el departamento de radiometría y señales. Unos años antes del nacimiento de Karl, Kristian había realizado un curso con dos ingenieros de los Laboratorios Bell de Nueva Jersey que investigaban la señal de la radiación de fondo. En su regreso a Estados Unidos estos ingenieros le sugirieron a Karl buscar destinos más cercanos al polo, para obtener mejores lecturas y el bonito de Karl llegó feliz a su hogar para proponerle a Socors moverse durante el verano a Nuuk con el fin de realizar escapadas hacia el norte. Bastó la cara de Socors para que Karl buscara otro plan, así surgió la civilizada Suecia, y si bien esto implicaba moverse a territorio extranjero, podrían habitar en un territorio culturalmente más cercano y posibilitar también los planes de ser madre que tenía Socors, así fue como Lulea y Kiruna fueron descartadas y la un poco más nórdica Estocolmo fue elegida como destino.
martes, 4 de julio de 2023
Titulo y Obra
No hay nada más decepcionante que ilusionarse con un título y luego conocer la obra. Tal vez exagero pero un ejemplo de esto es la distancia que puede presentarse entre el nombre de un plato y su presentación. Hay cosas que son un estándar, como filet de merluza a la romana con puré. Si allí encontráramos un salto elongado entre la expectativa y la realidad, podemos reclamar al mozo. Otro clásico que no admite más que sutiles variaciones es ravioles con estofado y fileto. Pero estoy marcando la cancha con tiza gruesa, blanco sobre negro y al terreno que quiero llegar es un poco más controversial. ¿Qué se espera de un baño?
Bueno, no es la espera o la expectativa más común, posiblemente pocas personas abran una puerta de baño y se sorprendan o decepcionen, pero es mi caso. He tenido la fortuna de poder ir a una amplia variedad de lugares, entre ellos algún que otro restaurante fino, si se entiende el calificativo, y toparme con una continuidad entre la atención, el salón, la presentación de la mesa y el baño. Un continuado de elecciones estéticas y soluciones a problemáticas que conforman un conjunto uniforme. No necesariamente de mi aprecio o gusto, pero resulta en algo que se esperaba. También he tenido la suerte de ir a restaurantes donde reina el descontrol, tanto en las mesas como en el baño, ahora cuidado que no se entienda por esto problemas de higiene o arquitectónicos, es simplemente una pileta lavamanos desproporcionada junto con un espejo de vestir, un inodoro de diseño actual atrapado por una puerta de antaño, pero todo limpio y de perfecto uso. Es una mesa de madera continuada por una enchapada en fórmica, sillas recolectadas en los más variados orígenes, platos hondos para cualquier comida, desde un guiso a una milanesa, y por supuesto un eclecticismo estético rayano con el cocoliche. Muchos de ellos tienen una constancia y homogeneidad en la carta que contrasta con el ambiente, muchos de estos forman parte de mis favoritos. Pero nuevamente, todo esto se esperaba.
¿Pero qué hacemos cuando por respuesta al giro de la puerta que nos franquea el acceso al baño encontramos un mingitorio escondido? ¿Cómo debería ser el salón de ese restaurante para estimular la expectativa correcta? Empezaré por aclarar qué es un mingitorio escondido. Muchos espacios donde se sirve comida, presentados como 'restaurantes', tienen la ilusión de servir todas las mesas posibles que puedan acomodarse en el salón, mismo si esto incluye sacrificar todo espacio originalmente reservado a la circulación. Se transforman en un pequeño festín de culos frotados en espaldas y hombros, empujones con cara de incomodidad, carteras y bolsos elevados para evitar golpes desafortunados y también, mostrar ese desinterés social de algunas personas que simplemente pasan y atropellan todo a su paso. Lo mismo ocurre en el resto de los espacios, la cocina suele ser una pequeña prisión térmica y los baños se caracterizan por giros de puerta imposibles, niños atrapados debajo del lavamanos y por sobre todas las cosas, ningún tipo de ventilación. Pero a problemas modernos, soluciones modernas. El hombre tiene una posibilidad y es la de evacuar sus orines parado. ¿Encontró usted un espacio en una pared? Coloque un mingitorio y donde tenía un baño que solo podía acomodar una persona, ahora acomoda a dos. Claro, no hay espacio para que circulen dos personas por ese baño, pero nadie rechaza la proposición de frotarse con un extraño, sobre todo cuando sus manos vienen de administrar las actividades evacuatorias y hayan, posiblemente, caído en la acción y aún no hayan pasado por ese lavamanos que está más seco que la boca de un maratonista. No quiero perder el hilo ¿qué es un mingitorio escondido? Pues exactamente eso, un objeto colocado en una pared de modo tal que no hay forma de alcanzarlo, no es posible pararse delante de él. En oportunidades, con la mismísima necesidad imperiosa de evacuar uno debe tomarse el tiempo para imaginarse cómo se debe resolver el acertijo ¿dónde me paro?¿cómo me paro?
En mi última experiencia sucedió que estaba entre una pared y una columna tan prominente, que era imposible, a menos que uno sea un purrete de diez años, acomodar los hombros para llegar hasta el destino sin arriesgar mearse los zapatos. Debido a la época invernal yo ya me encontraba abrigado para salir y las capas extras de tela no colaboraban al éxito de la empresa. Comprendí que la única manera de aproximarme lo suficiente era realizar un pequeño giro de hombros y quedar en chanfle respecto al mingitorio y compensar ese desfasaje con la capacidad de apuntar inherente a los elementos ejecutantes. Lamenté haber decidido utilizar mis zapatillas de gamuza, las cuales observé con el rabillo del ojo para no perder puntería mientras intentaba controlar que nada se derramara sobre ellas. Reflexioné sobre la palabra 'baño', sobre lo que para mí es un filet de merluza a la romana con puré y como no debería haber tanta distancia entre un título y la obra. Terminé exitosamente la operación y miré de soslayo el lavamanos y su canillita de bronce, giré sin esperanzas la manivela y para mi sorpresa un hilo de agua de deshielo comenzó a circular. Froté la punta de los dedos debajo de ese goteo insistente y me sequé las manos con dos sacudones fuertes y una mínima frotada. Salí al pasillo que daba al salón y me preguntaba si verdaderamente había comido una milanesa con papas fritas, la sola idea de imaginar la cocina me generó rechazo.
Pero estaba riquísimo, mañana vuelvo.
miércoles, 28 de junio de 2023
Renzi
jueves, 15 de junio de 2023
Pinceladas

Tomé el pincel, lo sumergí en el barniz hasta bañar un tercio de las cerdas, lo quité verticalmente y dejé que el exceso se escurriera. Seguía un hilo, siempre queda un hilo chorreando, pero rápidamente moví el pincel sobre el listón de madera y comencé a dibujar figuras con el hilo que chorreaba. Pensaba en el profe de taller que me cagaba a pedos cada vez que hacía eso porque iba a dejar marcada la madera. Pero estaba en casa, es sábado a la mañana y hace frío, tengo un mate en la mesita de al lado y entra el sol por la ventana, que la tengo un poco abierta porque el olor del aguarrás me hace doler la cabeza. Cuando me parece voy pintando motas a lo largo del listón para distribuir más fácil el barniz y luego comienzo a moverlo de lado a lado, a velocidad y presión constantes, veo como cambia de color la madera y un brillo se apodera de ella momentáneamente, voy y vengo con el pincel un par de veces. No me alcanzó para todo, así que vuelvo a remojar, otra vez chorrea, otra vez el profe. Cada vez que pintaba, la madera me recordaba de alguien diferente. Una novia, un amigo, un profesor de la facultad y hasta incluso chicos de mi barrio con quienes no me llevaba muy bien a pesar de que yo quería llevarme bien con ellos. Pensaba en lo insoportable que era cuando era chico mientras me tomaba un mate. Siempre que pinto listones hago cagadas. Dejo marcas por todos lados y cuando llego a los bordes chorreo cantidades industriales que luego son imposibles de cubrir, por eso esta vez tuve la precaución de cubrir los lados con cinta de pintor, cinta de papel, esa que en mi casa nunca faltó cuando era chico. Este sábado no me acuerdo de nadie, solo estoy pintando, creo que estoy buscando exorcizarme de algo, antes podía negar todo, hasta las chorreadas de pintura, pero ahora está todo el tiempo todo presente. Me resulta imposible no mirarlo. La primer mano hay que darla diluida en aguarrás, pero no me gusta llenar frasquitos de vidrio para hacer proporciones que nunca más me servirán. Entonces mojo el pincel un poco y luego lo sumerjo en la lata de barniz, hago dos o tres pasadas y vuelvo a mojar el pincel en el aguarrás, seguro que es suficiente. El olor me está haciendo doler la cabeza, tendría que tomar algo o ponerme un barbijo para aspirar menos. El mate me salió rico, me gusta cuando la cosa está un poco ordenada. El mate rico es reflejo de tranquilidad, si te sale rico es porque estás tranquilo y te tomaste el tiempo y cuidados necesarios para hacerlo. La primer mano está quedando bien, pero no sé si me voy a aguantar las horas que tengo que esperar para que seque y poder dar la segunda. Iba a dar tres manos, pero estoy pensando que eso me va a quitar todo el finde y no puedo dejar las maderas secando por toda la cocina. El domingo a la tarde tengo que armar todo y despejar. Estar prolijo, hacer mates ricos el lunes. Es sábado a la mañana y estoy calculando mañanas de lunes, hay algo mal. ¿Cómo se dice en Francés? il y a quelque chose mal. Ni en pedo se dice así pero seguro que se entiende. Este listón está quedando marcado raro, me parece que no lo lijé bien. Es como todo lo que hago, está bien pero no está perfecto. Siempre algo que se escapa ¿aprendo a vivir con ello o busco perfeccionarme? La perfección no existe, pero no es motivo para no buscarla. Se aprende en el camino, no en el destino. ¿Yo quiero aprender o llegar? Me acuerdo la primera vez que le metí yuyos al mate, hice cualquier cosa pero me bajé el termo igual hay algo ahí en la obstinación, te hace persistir y persistir muchas veces te hace llegar. ¿Pero yo quiero llegar o aprender? No le doy tres manos ni en pedo, esto es para interiores, ni el sol le va a pegar, es más para no dejar la madera pelada que otra cosa. ¿Cómo será pintar con soplete? Una vez intenté pero me quedó malísimo. No volví a intentar. Ahora aprendí una cosa que es hacer cincuenta veces lo mismo hasta que en un momento te empieza a salir bien. Me pasó con el mate, nunca nadie me dio clases, siempre escuché gente que contaba que hacía así o asá, pero después de muchas veces de preparar mate me empezó a salir bien, incluso después de poner yuyos aquella vez. ¿Llegué y aprendí? No sé, hay cosas que no quedan tan claras me parece. Esa punta va a quedar mal, se me escapó la cinta por arriba y cuando la despegue se va a notar la linea, puedo poner ese lado para abajo y no se va a ver. También puedo intentar levantar ahora la cinta y pasarle una pincelada antes de que se seque del todo. Voy a hacer cagada, si no hago nada también. ¿Hago cagada por no hacer o hago cagada por hacer? Qué dilema. No es un dilema, dilema es cuando tenés diecisiete y la hermana de tu novia te pregunta como es dar un beso con la lengua cuando estás parado solo con ella en la cocina de su casa esperando que el microondas termine de calentar una taza de café, y se hace silencio y se te quedan mirando y se escucha el magnetrón emitir, cortar, emitir, cortar, y vos estás pensando ¿Le explico o no le explico? hasta que suena el ding que te explica un par de cosas: que el café ya está caliente, que el dilema se terminó porque con el ding se dio media vuelta y se fue y que no te hubieran alcanzado ni diez segundos más ni veinte minutos porque hay decisiones que se toman y punto, sea para un lado o para el otro, pero ya lo dijo el señor Miyagui, si te quedas en el medio de una calle de doble sentido, sin elegir uno de ellos, los autos te trituran como a una uva. Me estoy dando cuenta que ese espacio entre los listones no lo voy a poder pintar luego, voy a manchar todo, tendría que haber empezado por ahí. ¿Y con un soplete? uno de esos chicos, un aerógrafo. Me voy a comprar un aerógrafo, voy a gastar litros de pintura aprendiéndolo a usar para pintar el costado de unas maderas que no se van a ver y que me saldría más barato mandar a pintar, pero ¿llegaría a algún lado?¿aprendería? El agua del mate se está acabando, es una pena, estaba muy rico, pero hay cosas que a veces son así y estirarlas solo lo empeora. Mejor salirse del dilema y tomar la decisión, se acabó el mate, van a ser solo dos manos, la parte de adentro me va a quedar mal pero esta vez no tengo chorreadas, algo aprendí, no llegué, pero algo aprendí. Quedó el olor a barniz con aguarrás por toda la casa, pero me voy a bañar, en un rato me pasan a buscar y me voy a comer algo por ahí, cuando vuelvo hago la segunda mano y mañana termino.
viernes, 2 de junio de 2023
Minutos
Tengo veinte minutos, no me alcanza, me sobran en realidad. John Cooper Clarke está rompiendo las letras, está prendido fuego, me quemo, me falta tiempo ¿cuánto va?
Salí de la cabina, estaba el perro mirando el mar, busqué el cierre y me puse a mear. Todo era muy azul, el perro miraba el hilo amarillo, creo que ya faltan quince.
El horno eléctrico de casa seguía haciendo tik-tak...tik-tak pero la pizza estaba fría por dentro, ahora faltan dieciocho pero no me parece, voy a sacar la bandeja antes. Faltan catorce ahora.
En el avión el auxiliar de vuelo me miraba bastante molesto, y yo decía 'Yo voy viento ruso' y se lo repetía, convencido que me daría el vino rojo que quería. Pasaron otros tres y solo me quedan doce minutos. Veinte minutos, no me alcanza.
Un beso en un cachete, otro beso en el otro, el calor de la piel es comestible, pero no existe, es solo un olor. Me quedo pensando mientras miro la piel de la espalda y solo puedo pensar en besar otro cachete. Dos minutos, dos minutos... ¿Qué hago?
El palo es rayado pero nunca lo entendí, ahora es liso, pero sigue sin venir. Hubo uno que estaba cortado al raz del piso, casi imperceptible, pero todos sabemos que está ahí. Pasan los minutos y sigue sin venir. Tres es mucho, pero estoy bastante seguro que pasaron dos. Solo diez... quedan solo diez.
Amé, minuto uno, morí, minuto dos. Aprendí, minuto tres. No volví, minuto cuatro. Sigo corriendo, corro corro corro, espero la esquina pero solo estoy a mitad de cuadra. Dos, tres, queda uno, pues no, miré mal el reloj, son como ocho.
Los primeros ocho no son iguales a los siguientes, nada que ver con los del medio y los últimos, bueno, los útimos son los que quedan.
Dos marchas y un sobrino, tres décadas y pasaron como ... como... ¿cuántos quedan?
Dos, quedan dos minutos. Estoy mirando el segundero, ya pasaron diecisiete segundos y ahora es un minuto y algo lo que queda.
Un minuto y no sé en qué lo voy a usar. ¿Voy de nuevo a Nueva York? ¿Me compro un perro? ¿Junto frases y se las paso a mi hijo? Hay una abeja arriba de una hoja en una de las plantas de la cocina. La luz entra por la ventana, como todas las mañanas. Me acuesto un rato, son solo unos segundos. Tengo miedo.
viernes, 24 de marzo de 2023
El sueño (siempre buscando)
"El sueño se acabó, Mori, se acabó"
El tano estaba con la mano bordeando el vaso, todo encorvado sobre la mesa, con el buzo de polar azul de la distribuidora. Había llegado al café un poco más temprano que Mori, solían coincidir en el horario porque Mori cerraba los viajes en logística y el tano entraba el último de los camiones a la playa. Mori salía por la puerta del frente de la distribuidora y el tano por el portón de la calle lateral, justo antes de que bajen la cortina. Quedaban los dos a cincuenta metros de la esquina donde estaba el 'Argos' un café de Buenos Aires de otro siglo, que de alguna manera había sido arropado por el barrio y no le llegó la época de bronce y dicroicas. Mori era flaco como el padre y pelado como la madre. Tenía unos anteojos RayBan de esos que parecen de la década del 60, fumaba como hacía años que no se fuma y parecía que simplemente estaba viviendo la vida esperando morirse. Ni fu ni fa.
El tano era camionero, nieto de camionero, hijo de camionero, hermano de camionero. El único de sus hermanos que no era camionero era contador y también laburaba para la distribuidora, la clave era saber amortizar los camiones, entender los gastos, proyectar con los ojos bien abiertos. El Sebas se las sabía todas y la verdad es que si le preguntabas a cualquiera, era el que dirigía la distribuidora.
El tano esa tarde volvió de la última vuelta un rato antes, dejó el camión y para sorpresa del playero salió por el portón un buen rato antes de que bajen la cortina. Dobló para la esquina y se sentó en una de las mesas que está pegada a la ventana, en la que siempre se sentaban con Mori a tomar café en vaso y charlar sobre la vida antes de volver a casa. Si era viernes el tano pedía el café con un `farol' de ginebra. Esta vez era martes, y el vaso solo tenía ginebra. Cuando entró Mori el tano se hizo un bollito, era como ver a un elefante intentar besarse la entrepierna mientras se esconde detrás de un tronco. Abrazó el vaso con sus dos manos y lo hizo desaparecer, se miraba las manos como si guardara un gorrión entre los dedos al que no quería lastimar. Mori se sentó frente al tano, le hizo una señal al mozo y mientras veía al tano darle un pequeño sorbo al vaso notó que estaba más fresco que ayer. El sol seguía poniéndose alineado con la calle lateral de la distribuidora, se acercaba la primavera pero todavía no tanto.
"El sueño se acabó, Mori, se acabó"
El tano esta vez había levantado la mirada y lo bañó con la tristeza de sus ojos. Mori había muerto emocionalmente en algún punto de su infancia, y si bien sentía algo de empatía por los demás cuando les contaban sus emociones, él solo podía imaginarlas. Mori no tenía mucha imaginación.
El tano sabía que Mori no devolvía nada, y por eso le confesaba hasta sus últimas intimidades. No lo juzgaba, simplemente lo escuchaba y le decía lo que creía que era más oportuno, pero esta vez Mori no sabía ni de qué se trataba el sueño. Entonces preguntó.
El tano estaba muy sorprendido, casi pasmado por la pregunta de Mori."¿Cómo qué sueño?....El sueño" Mori intentó recordar algún tipo de referencia, de comentario, de insinuación aportada pero no había nada. Recordó un viaje a Salto para visitar a unos familiares y un comentario sobre la adquisición de una quinta en Longchamps, pero no recordaba que en ningún momento alguien se hubiera referido a eso como "El sueño". Pensó en Cristina, la mujer del tano, pero él jamás se había referido a ella de ese modo ni mucho menos. Comenzó a barajar ideas para hablar del tema sin nombrarlo y así, poder construirlo.
El tano largó un fuerte resoplido que parecía estar contenido desde la mañana del día anterior. Miró por la ventana y mientras hacía bailar el vaso con sus dedos índice y pulgar, mirando al infinito, repetía en voz baja: "Se acabó, ya está, se acabó". Mori no podía dar con el más mínimo indicio o pista para conocer "El sueño", pero pensó que en todo caso, sin importar qué fuera, podría encontrar palabras para reconfortar al tano, contarle que la vida continúa, que puede haber otros sueños. Mori de pequeño, cuando aún el mundo le generaba emociones, tuvo un perro pequeño que se llamaba Romualdo. Como Mori no podía pronunciar bien el nombre le decía "Momualdo" y con el tiempo el perro pasó a ser El momu. El Romualdo ya era grande cuando Mori nació, tendría unos diez años, entonces para cuando se transformó en El momu era un perro viejo y con mañas que apenas si se movía por la casa. Los perros pequeños y medianos, como los terrier, llevan mejor la vejez que los perros grandes, como los pastores. Entonces el momu, que era mezcla de cuatro o cinco razas diferentes, pero similares, le llegó a dar algunas tardes de juego al pequeño Mori . Los padres de Mori siempre lo prepararon para que sepa que el momu un día no estaría más. Y así fue. Mori sobrellevó muy bien la partida del momu, porque estaba preparado. Sus padres le habían dicho que luego de un tiempo, podrían tener otro perro y si bien Mori entendía que los seres vivos no son intercambiables, también sabía que le iba a gustar tener un nuevo perro.
El tano seguía mirando por la ventana mientras Mori revolvía el café en el vasito de vidrio y sentía, con la cucharita, como el azúcar se disolvía en el fondo del vasito. Cuando el tano largó el segundo resoplido Mori ya se había acordado del momu y empezó a contar la anécdota, pero mientras iba avanzando con el cuento se dió cuenta que estaba comparando un perro viejo con "El sueño" y simplemente paró de contar luego de que el cuento llegó a la parte de la muerte del momu.
El tano giró la cabeza maquinalmente y tenía una expresión que era mezcla de terror, sorpresa e interrogación. Por un instante le había parecido que Mori estaba contando un cuento sobre sus emociones y la superación de adversidades. Mori, el tipo que parecía no tener ni alma, ni corazón ni espíritu. Mori, el que le daba completamente lo mismo si Fernanda, la secretaria del Sebas le dirigía la palabra o no, o si le pedía que la lleve a la casa porque no quería volver sola ya que iba a estar sola luego, en la casa. Mori, el que la llevaba y aceleraba antes de que se cierre la puerta. Los muchachos de la playa le preguntaban al tano qué le pasaba a Mori y el tano les decía: "Nada, sucede justamente eso, a Mori no le pasa nada"
El tano le preguntó a Mori que había querido decir, y Mori entre idea e idea, simplemente dijo:
"Hay cosas que se acaban, pero se puede seguir soñando"
viernes, 2 de diciembre de 2022
El heavy
lunes, 31 de enero de 2022
Las Olas Torcidas
El cielo estaba despejado, había mucho sol y yo, con mis ocho años, miraba por primera vez el horizonte sin nada más que el mar. Cielo y mar. Habíamos llegado en el auto familiar, mis padres, mi hermana y yo, luego de atravesar durante algunas horas la ruta provincial. Entramos por un camino que no tenía ningún parecido con el paisaje de la ruta. Esta era un desierto de pastos amarillos y agrupaciones de árboles perdidos, sembrados en ocasiones con pintorescos animales que moteaban con sus negros o sus marrones la aburrida continuidad de esa nada que algunos colman de elogios y bendiciones. El ingreso era un camino lleno de sombras prestadas por pinos y eucaliptos, en lugar de ver espacios vacíos, todo estaba poblado de árboles, de arbustos y hasta de plantas. Era como entrar a un oasis.
El auto atravesó un poblado desértico que, mi madre explicaba, se veía así porque la gente estaba en la playa. Al alcanzar la avenida costanera vi el mar por primera vez y me sentí estafado. Había visto fotos y algunas imágenes en el televisor de mi casa, pero no podía imaginar ni por un instante la dimensión de la injusticia que esos elementos impartían sobre semejante belleza. Los olores perdidos, los sonidos, los sabores, el aire, el color de la luz y sobre todo el movimiento de las olas que me cautivaron instantáneamente.
Luego de esa primera imagen desde la ventana del auto, bajé para vivir en primera persona todas aquellas cosas que, sospechaba, mi familia no comprendía. Mi mente alucinada veía al resto de mis compañeros de viaje simplemente seguir viviendo, seguían siendo los mismos que caminaban por los pasillos de mi casa, por las aulas de la escuela o se sentaban en la plaza a tomar mate. Nunca antes mi familia me fue tan ajena, tan distante y, sorprendentemente, tan poco extraña.
Mi padre dió la orden de dejar las cosas en el auto y caminar hasta la orilla, pues allí estarían mis abuelos. El primer paso fue duro, esa arena amarilla quemaba los pies, la gente transitaba cuidadosamente sobre unos listones de madera que simplemente quemaban menos, pero eran mejores ni tanto. Volé raudo desde los ardores secos al frescor húmedo de la zona oscura. No comprendía ni por un momento cómo podía suceder semejante fenómeno. Por un lado el terreno era inhóspito, duro, tajante y unos metros más allá la realidad cambiaba radicalmente para presentarse como un bálsamo donde podía enterrar mis pies para regocijarme con el roce y la frescura que proveía.
En la orilla del mar estaba, como había anunciado mi padre, mi abuelo. Mi abuelo no era un ser humano tierno, ni juguetón, ni nada de todo eso. Era un hombre un poco osco al que no había que interrumpir con preguntas mientras comía y sobre todo, no despertarlo cuando dormía la siesta. Mi abuelo nunca me había tomado de la mano para cruzar una calle, nunca me había preguntado ni por la escuela y hasta yo creía que no sabía quién era yo. Me acerqué lo suficiente para que me escuche y lo llamé por su nombre de pila. No fue menor la sorpresa cuando lo ví girarse y sonreír ampliamente como nunca lo había visto sonreír. Me llamó por mi nombre y extendió los brazos para abrazarme. Quedé petrificado.
Dos olas generosas alcanzaron sus largas piernas, mojando el pantalón que tenía arremangado. Habían llegado con mi abuela unas horas antes que nosotros y se habían ido derecho al mar. Mi abuelo había querido esperarnos ahí, sin importar cuánto pudieramos tardar. Su amor por el mar comenzó cuando cruzó a América, tenía cerca de veinte años y nunca lo había visto. Sus padres juntaron un dinero para que él y su hermano viajaran para tener una vida mejor y así fue que llegaron al Ferrol y conocieron la ría, luego los diques y más allá el mar. Su hermano nunca subió al barco y se quedó trabajando en el puerto, pero mi abuelo cruzó el charco y vino sin hablar una palabra del castellano. Durante los días de la travesía solo miraba el mar fascinado y hablaba con otros paisanos sobre su belleza. A pesar de estar descompuesto durante días y de haber sufrido el robo de la maleta donde traía la ropa pero no los papeles ni el dinero, ese viaje lo casó con el mar de una vez y para siempre. En cada cumpleaños recordaba la aventura y los ojos se le humedecían al contarla. De niños, a mi hermana, a mis primas y a mi nos obligaban a escucharlo, y recuerdo mi sufrimiento de solo pensar otra vez en esa historia, no la del cruce, sino la de estar sentado escuchando un cuento que no me interesaba. Poco a poco con el tiempo fui amando esa historia en secreto al punto de preguntarle a mi padre si el abuelo la contaría esa noche. En cada ocasión, había un dato distinto, una cosa cambiada.
El gesto afectuoso me había resultado desconcertante, sin embargo algo me impulsó a corresponderlo y dejé que me abrazara, recuerdo claramente el olor de mi abuelo mezclado con el del mar. Sin soltarme del todo dejó de abrazarme y me sostuvo la mano mientras los dos mirábamos las olas y mi abuela, que sí daba abrazos, que sí me sostenía de la mano para cruzar la calle cuando íbamos al almacén de la esquina y también traía galletitas de agua a la puerta de la escuela cuando nos buscaba a mi hermana, a mis primas y a mí, llegó y como si la escena fuera lo más natural del mundo nos preguntó si podíamos quedarnos un rato más allí, mientras el resto de la familia llevaba las cosas del auto a la casa, que estaba frente al mar, cruzando la avenida.
Mi abuelo podía quedarse horas mirando el mar, en silencio, como esperando que alguien saliera de él para notificarlo. Yo no lo sabía, estaba allí por primera vez y estaba completamente desbordado por la situación de mi soledad con él, mi mano en la suya y el recuerdo férreo que me acompañaría toda la vida, imprimiendose en mi ser en ese momento. Mi abuelo dijo una o dos cosas en algo que creí era castellano pero no había logrado entender. Como si a la frase le faltaran palabras y algunas de ellas estuvieran mal pronunciadas o acentuadas en otra sílaba. En un momento sentí su mirada y me dió temor corresponderla, pero me llamó mientras aumentaba levemente la presión en la mano que sujetaba. Al mirarlo me dijo que había cosas que se iban y que uno no sabía que esa era la última vez que las veíamos, como esas olas, que parecen todas hermanas y son muy parecidas, pero que son únicas, uno las ve venir, crecen, rompen y no están más. Atrás simplemente viene otra. Nunca había reflexionado en algo semejante y mi mente de ocho años quedó estupefacta. Las olas no son, no están y comencé a mirarlas una por una, la onda apareciendo allí al fondo, en algún punto comenzaba a transformarse en otra cosa y luego simplemente rompía, para transformarse en más agua de mar y desaparecer diluida en ella misma, en ese mar que son olas que no están, agua que se mueve pero no se va. Cada ola que venía era una ola distinta y de pronto estábamos allí, abuelo y nieto, absortos mirando las olas, escuchándolas, pasivamente contemplando esa existencia de segundos y soslayo.
En la cena mi abuelo volvió a ser el mismo de siempre, como si no recordara nada de la tarde. Le pregunté si miraríamos el mar al otro día y solo me miró, extrañado por la pregunta mientras seguía comiendo el trozo de pollo que tenía en el plato. Mi padre ofreció planes y mi madre nos recordó a mi y a mi hermana que en pocos días vendrían también las primas y podríamos jugar con ellas. Poco podía importarme todo eso y la sensación de que mi familia no registraba los eventos que sucedían cerca del mar comenzó a inquietarme. Me fuí a dormir pensando en una posible explicación. Mi abuelo había sintonizado con el mar desde aquel viaje de su juventud y simplemente, cuando estaba con otras humanidades que no comprendían, se apagaba. Ése ser humano que yo había conocido en la ciudad no era mi abuelo, era una proyección de su ser para poder vivir y cumplir con el paso de los días, pero su verdadero ser, ese que tiene adentro, ese solo quería ver el mar. ¿Por qué me había contado todo aquella tarde? ¿cómo se dió cuenta que yo comprendería? Era la primera vez que veía al gigante azul, verde, marrón, gris y vaya uno a saber qué otros colores, ir y venir, soltando al aire su aroma, imponiendo su voz sobre toda la costa y marcando su presencia con la mayor humildad que yo haya visto jamás. ¿Cómo pudo saber que lo comprendería? La explicación no podría ser esa, debía de haber otra.
Una mañana mientras tomábamos el desayuno quedamos a solas con mi abuela y mi hermana, mi abuela tomaba mate mientras leía una revista y mi hermana nos preparaba tostadas con manteca y mermelada. Después de la segunda tostada les conté lo que había sucedido días atrás y lo que pensaba. Mi hermana se rió profundamente y me dijo que en la familia todos sabían que el abuelo estaba loco y que por eso no había ni que molestarlo ni seguirle la corriente con nada. Mi abuela sonreía un poco mientras mi hermana me hablaba y cuando la explicación terminó, retomó la lectura escondida detrás de la revista. El loco, claro, ese que entendió lo que los demás no, es el loco, pensaba yo.
Pasaron varios días hasta que volví a estar solo con mi abuelo frente al mar y casi que había olvidado el asunto. No había olvidado, ni jamás lo hice, los abrazos, las palabras, el momento y su mano sujetando la mía. Lo que había olvidado era intentar darle una explicación, considerarlo como un suceso fuera de norma, simplemente asumí que mi abuelo estaba un poco loco, como decía mi hermana, y a veces se comportaba distinto. Ese día soplaba mucho viento perpendicular a la costa y las olas rompían casi de costado, en diagonal. Yo estaba cavando un pozo intentando llegar hasta el agua, como me habían mostrado mis primas, cuando una de las piernas de mi abuelo se metió en el pozo, luego la otra y se sentó en el borde mirando al mar. Lo miré molesto ya que quería continuar cavando mi pozo y sus pies estaban en el medio, pero él miraba al mar, igual que aquel otro día. Me pidió que me siente junto a él y posó una de sus manos sobre mi rodilla, mientras con la otra señalaba el mar y me explicaba por qué las olas corrían de ese modo, me mostró unas gaviotas volando contra el viento, mientras permanecían en el lugar y también me contó por qué había una espuma amarronada dando vueltas por la playa y cerca de la orilla. Luego de un silencio, sin mirarlo a la cara le pregunté si estaba loco y me dijo que sí, como todos, pero que él no tenía problema con eso.
Al día siguiente emprendimos el regreso con mis padres y mi hermana. Mis abuelos se quedaron allí un mes más, y a los tres o cuatro meses después de volver a la ciudad mi abuelo sufrió un infarto y murió. Unos meses más tarde murió mi abuela y me quedé sin saber quien era mi abuelo. Años después, estaba yo en la facultad y conocí a una chica con la que estuvimos unos meses noviando. Cuando me preguntó por mis abuelos le conté esta historia y le dije que me apenaba no haber conocido mejor a mi abuelo, pero me dijo que posiblemente yo era el único de mi familia que lo había conocido y me hizo sentir mejor, aunque no fuera cierto.