A donde voy a jugar
[Son TODAS ficciones]
domingo, 15 de septiembre de 2024
Bondiola
jueves, 16 de mayo de 2024
Helado
El helado, sagrada comida que no debe desperdiciarse ni dejarse arruinar por el calor, se estaba derritiendo. Alcanzaba la mano en pequeños hilos de colores marrones, algunos más oscuros, otros más claros. Se estaba pegoteando a la servilleta, que saturada se pegaba al cucurucho intentando formar una masa única e indistinguible, que podría ser devorada en conjunto, ya sea por un mordiscón o por una lamida furiosa, con más visos de corrección y ajuste que de metodología de ingesta.
No era la falta de frío la principal delatora del estado de las cosas, sino el efecto pegote que se estaba formando entre los dedos. Pronto habría que lavarse las manos en alguna canilla, no habría paños húmedos que resolvieran la situación, solo resultarían un paliativo hasta alcanzar la mentada canilla.
Los bordes curvos y granulares en los picos de la masa fría habían desaparecido, entre lenguetazo y lenguetazo se les había dado una forma más bien redonda, hasta alcanzar un dibujo que bien podría ocupar el espacio interior de una cúpula ojival. Ahora mismo esa estructura era la misma que permitía la afluencia de los ríos, pequeños pero portantes, de masa líquida que se deslizaban hasta alcanzar la mano, capaces de encontrar los intersticios formados por los dedos, que envolvían el cucurucho.
El continuo formado por el cucurucho y la masa que ocupaba el interior del mismo sostenía su posición, aún era posible ver la prolija línea que trazaban hermanándose, pero la opacidad original del helado había dado lugar a un brillo que era propio de la primera capa de material derretido, esa delgada capa que funcionaba separando el cálido aire del exterior de la siguiente capa ya fría de esa mezcla de crema, yemas de huevo, azúcar y, en este caso, trozos infinitesimalmente pequeños de chocolate que le daban el sabor característico. La función de dicha capa es brindar una última defensa, resistiendo, absorbiendo los golpes de las pequeñas partículas veloces del aire, sin casi comunicarlas al interior, y de esa manera, aislando toda esa kinesis de las estables y poco móviles partículas del interior que aún recordaban la lección aprendida en las heladeras.
Pero toda batalla que se sostiene durante mucho tiempo genera un desgaste, un estrés. Así como el desgaste desluce a las mejores tropas, el cansancio nos roba de nuestros mejores momentos, la capa aislante crece para ser, y en ese crecimiento se desforma. Ese crecimiento es parte de su condena. Abarrocado a su forma de ser, el material ambiciona, se acumula, resulta demasiado y en un intento último de sostener la posición, su propio peso lo traiciona. El tren de partículas será arrastrado a gran velocidad con dirección al piso, solo para encontrar en la mano el primer obstáculo a franquear. La masa está condenada por su propia naturaleza, por su propio comportamiento. Es eso o ser devorado.
Cuando los dedos estuvieran llenos de helado y el cucurucho hubiera perdido su capacidad estructural, el dueño de la lengua comprendería que su breve lapsus reflexivo había implicado consecuencias catastróficas: no se podría ya maniobrar con libertad sin poner en juego la totalidad de la operatoria, todo parecía estar más allá de un posible rescate. En ese momento comenzó a abrazar la idea de dejar todo ser, de soltar, dejar caer, asumir la mano pegoteada y la servilleta desbordada. Contempló el vacío que representaba la volición de ser en esta mínima versión de su vida. Anheló volver a la anterior o simplemente dar paso a la siguiente. Dejó caer el helado en el tacho y mientras se enjuagaba las manos en el baño recordó que era martes, el día menos importante. Meditó sobre lo sucedido. Concluyó que media vida de comer helado no le había enseñado a hacerlo sin mancharse ni pegotearse. Se miró al espejo y se prometió no volver a comer helado nunca más.
Fue lo mismo que pensó el viernes siguiente, cuando entraron juntos y le susurró al oído:
- Es a donde me traían de chiquito... es el mejor!
jueves, 2 de mayo de 2024
Onda y Particula
¿Cuántas veces se puede escuchar el mismo disco? Hablo de repetir una y otra vez la reproducción de un mismo álbum.
Hace unos meses estoy siguiendo un perfil en Instagram donde se recomienda un disco por día, no es una lista de Los mejores discos de la historia de la música mundial, sino simplemente una lista de discos que a quien lleva el perfil le parece que son discos ¿clave? y que deben ser escuchados.
Entre esos discos hay varios que tenía ya escuchados o conozco bastante del artista. Pero la verdad es que la mayoría de ellos hasta ahora me han resultado agradables sorpresas y, si bien no los he escuchado todos, el ejercicio de reproducirlos me ha quitado de mi listado habitual, que cada tanto se vuelve monótono o repetitivo. Tiendo a quedarme en un disco.
En estos días estoy escuchando Wave de Antonio Carlos Jobim, que es un artista que conocía y tenía ya escuchado, pero dada su basta obra y amplio registro, no había caído en la bella trampa de escuchar este disco (cabe aclarar que la palabra `este' nunca aplicó de mejor manera, ya que mientras escribo estas líneas lo estoy escuchando) El disco Wave es realmente muy parejo, muy prolijo y muy lindo. Lo disfruto tanto que cuando lo dejo de fondo mientras trabajo, limpio, acomodo, lavo o lo que sea que haga, es una banda de sonido constante de mis acciones, de mis pensamientos.
Entonces estaba a punto de darle play por enésima vez cuando me hice la pregunta enunciada en la primera línea. Lo cierto es que no tiene respuesta que me deje satisfecho. ¿Es lo mismo escuchar y escuchar un disco que simplemente escucharlo una vez y luego dejarlo ir? Atención, no me refiero a dejarlo para siempre, solo respetar el espacio que llenó dejando que el vacío que genera el final le de un cierre.
Me pasa que leyendo libros se terminan las novelas o los cuentos y muchas veces, no siempre, hay un salto al vacío al final, hay una caída donde me quedo preguntándome qué cosas van a ocupar el espacio de ese estímulo que tenía. La ansiedad por subir al transporte público para poder leer esas páginas que tenemos detenidas. No querer bajarse del mismo para no interrumpir la inercia que lleva la aventura o la emoción.
Pero no sucede con todas las artes del mismo modo. Uno se para frente a una pintura y la observa hasta que nos `dice' algo y conversamos un poco con ese algo y luego pasamos a la siguiente obra. A veces no nos llama de ningún modo y simplemente continuamos nuestro camino. Si bien nos podemos llevar esa conversación para más tarde o mismo para interpelar otra parte de la obra, yo no siento una interrupción como sí siento al finalizar un libro o un cuento.
¿Y la música? Pues este caso termina siendo más extraño. Cuando voy a ver a un artista en vivo me rindo a su control respecto a cuando comienza, finaliza o continúa el evento, mientras que cuando lo tengo en mis manos, como la posibilidad de elegir iniciar la reproducción o detenerla o lo que sea, no dejo que ese criterio que llevó a darle inicio, fin u orden a la obra me gobierne. Sé que un disco fue construído con motivaciones que van más allá de lo artístico. Un soporte determinado, como por ejemplo los vinilos, solo puede contener una cantidad de minutos de música. Es cierto que existen técnicas como comprimir el surco de modo tal que entren más minutos, pero esto conlleva una pérdida en la calidad sonora y como toda negociación que tiene sus pros y sus contras, quien lo produce debe elegir un punto que deje contentas a todas las partes. Ejemplos de este tipo hay muchos, entonces sé que lo que escucho no es una elección totalmente artística, por lo tanto manipularla ¿no la afecta?
Quedarse con sed de seguir escuchando tiene un efecto reflexivo sobre lo que acabamos de experimentar. Hay una frescura la primera vez que lo escuchamos, mismo un disco que conocemos bien pero hace días o meses que no reproducimos. Las repeticiones van presentando otras facetas, volver a experimentar ese arreglo que tanto nos gusta, hilar dos canciones que sentíamos separadas, sentir agotado el estímulo y finalmente cansancio, hastío.
Y sobre todo darle ese espació al final, ese que se vaya. Lo queremos con nosotros, pero la distancia y la nostalgia también nos dejan, en muchas ocasiones, apreciar de otro modo eso que en ese momento no tenemos. Por si algún distraído aún no lo sabe, nunca tenemos nada, solamente nos respetamos como sociedad unas reglas que dicen cosas de lo más extrañas como `ese árbol en tu casa es tuyo' o cualquier otra cosa puede ser propiedad de alguien. Entonces, si no podemos tener las cosas en un sentido concreto, solo las podemos tener en un sentido abstracto. Pero si es así nunca tuvimos las canciones y en el único sentido que le encuentro al verbo tener, es en el abstracto. Así las canciones son una abstracción que todos podemos tener y una vez que nos alcanzaron, nunca nos dejan.
El otro día escuché a Charly decir algo como que `la música es el silencio entre las notas'. Lo dijo en un programa de televisión donde su genialidad le jugó una mala pasada, porque es poética y científicamente correcto lo que dijo. En la música el tiempo, el ritmo, los espacios, los silencios, son los huecos de vacío donde las notas se pueden expresar, necesitan de esos espacios para ser de esas distancias que se sienten y hasta nos alteran cuando no son respetadas.
Un disco entonces, necesita de espacio, necesita un hueco donde no estar para poder ir a ocupar ese espacio y una vez que fue, que se realizó hay que regalarle el espacio nuevamente, darle un silencio, llevarlo sin escucharlo, tenerlo sin atraparlo.
jueves, 25 de abril de 2024
Sol Mayor
jueves, 18 de abril de 2024
Tóner