martes, 4 de julio de 2023

Titulo y Obra




 


    No hay nada más decepcionante que ilusionarse con un título y luego conocer la obra. Tal vez exagero pero un ejemplo de esto es la distancia que puede presentarse entre el nombre de un plato y su presentación. Hay cosas que son un estándar, como filet de merluza a la romana con puré. Si allí encontráramos un salto elongado entre la expectativa y la realidad, podemos reclamar al mozo. Otro clásico que no admite más que sutiles variaciones es ravioles con estofado y fileto. Pero estoy marcando la cancha con tiza gruesa, blanco sobre negro y al terreno que quiero llegar es un poco más controversial. ¿Qué se espera de un baño?

     Bueno, no es la espera o la expectativa más común, posiblemente pocas personas abran una puerta de baño y se sorprendan o decepcionen, pero es mi caso. He tenido la fortuna de poder ir a una amplia variedad de lugares, entre ellos algún que otro restaurante fino, si se entiende el calificativo, y toparme con una continuidad entre la atención, el salón, la presentación de la mesa y el baño. Un continuado de elecciones estéticas y soluciones a problemáticas que conforman un conjunto uniforme. No necesariamente de mi aprecio o gusto, pero resulta en algo que se esperaba. También he tenido la suerte de ir a restaurantes donde reina el descontrol, tanto en las mesas como en el baño, ahora cuidado que no se entienda por esto problemas de higiene o arquitectónicos, es simplemente una pileta lavamanos desproporcionada junto con un espejo de vestir, un inodoro de diseño actual atrapado por una puerta de antaño, pero todo limpio y de perfecto uso. Es una mesa de madera continuada por una enchapada en fórmica, sillas recolectadas en los más variados orígenes, platos hondos para cualquier comida, desde un guiso a una milanesa, y por supuesto un eclecticismo estético rayano con el cocoliche. Muchos de ellos tienen una constancia y homogeneidad en la carta que contrasta con el ambiente, muchos de estos forman parte de mis favoritos. Pero nuevamente, todo esto se esperaba.

    ¿Pero qué hacemos cuando por respuesta al giro de la puerta que nos franquea el acceso al baño encontramos un mingitorio escondido? ¿Cómo debería ser el salón de ese restaurante para estimular la expectativa correcta? Empezaré por aclarar qué es un mingitorio escondido. Muchos espacios donde se sirve comida, presentados como 'restaurantes', tienen la ilusión de servir todas las mesas posibles que puedan acomodarse en el salón, mismo si esto incluye sacrificar todo espacio originalmente reservado a la circulación. Se transforman en un pequeño festín de culos frotados en espaldas y hombros, empujones con cara de incomodidad, carteras y bolsos elevados para evitar golpes desafortunados y también, mostrar ese desinterés social de algunas personas que simplemente pasan y atropellan todo a su paso. Lo mismo ocurre en el resto de los espacios, la cocina suele ser una pequeña prisión térmica y los baños se caracterizan por giros de puerta imposibles, niños atrapados debajo del lavamanos y por sobre todas las cosas, ningún tipo de ventilación. Pero a problemas modernos, soluciones modernas. El hombre tiene una posibilidad y es la de evacuar sus orines parado. ¿Encontró usted un espacio en una pared? Coloque un mingitorio y donde tenía un baño que solo podía acomodar una persona, ahora acomoda a dos. Claro, no hay espacio para que circulen dos personas por ese baño, pero nadie rechaza la proposición de frotarse con un extraño, sobre todo cuando sus manos vienen de administrar las actividades evacuatorias y hayan, posiblemente, caído en la acción y aún no hayan pasado por ese lavamanos que está más seco que la boca de un maratonista. No quiero perder el hilo ¿qué es un mingitorio escondido? Pues exactamente eso, un objeto colocado en una pared de modo tal que no hay forma de alcanzarlo, no es posible pararse delante de él. En oportunidades, con la mismísima necesidad imperiosa de evacuar uno debe tomarse el tiempo para imaginarse cómo se debe resolver el acertijo ¿dónde me paro?¿cómo me paro?

    En mi última experiencia sucedió que estaba entre una pared y una columna tan prominente, que era imposible, a menos que uno sea un purrete de diez años, acomodar los hombros para llegar hasta el destino sin arriesgar mearse los zapatos. Debido a la época invernal yo ya me encontraba abrigado para salir y las capas extras de tela no colaboraban al éxito de la empresa. Comprendí que la única manera de aproximarme lo suficiente era realizar un pequeño giro de hombros y quedar en chanfle respecto al mingitorio y compensar ese desfasaje con la capacidad de apuntar inherente a los elementos ejecutantes. Lamenté haber decidido utilizar mis zapatillas de gamuza, las cuales observé con el rabillo del ojo para no perder puntería mientras intentaba controlar que nada se derramara sobre ellas. Reflexioné sobre la palabra 'baño', sobre lo que para mí es un filet de merluza a la romana con puré y como no debería haber tanta distancia entre un título y la obra. Terminé exitosamente la operación y miré de soslayo el lavamanos y su canillita de bronce, giré sin esperanzas la manivela y para mi sorpresa un hilo de agua de deshielo comenzó a circular. Froté la punta de los dedos debajo de ese goteo insistente y me sequé las manos con dos sacudones fuertes y una mínima frotada. Salí al pasillo que daba al salón y me preguntaba si verdaderamente había comido una milanesa con papas fritas, la sola idea de imaginar la cocina me generó rechazo. 

Pero estaba riquísimo, mañana vuelvo.