miércoles, 28 de junio de 2023

Renzi

 


    Renzi no sabía donde había nacido ni quien eran sus padres. Miraba absorto la fotografía que le presentaban. Estaba aturdido, con las manos atadas a la espalda, transpirado y bastante desorientado ¿Dónde estaba? ¿Quienes eran esas personas que lo interpelaban? Escuchó la voz que volvía a repetir las preguntas y él volvía a enfocar en la foto blanco y negro que le presentaban. Había un bebé de unos pocos meses, envuelto en algunas telas que solo dejaban ver su cara arrugada. Un hombre elegante lo sostenía y a su lado se veía a una mujer de porte pequeño, con cara de cansada pero feliz y orgullosa. Renzi miraba la foto y no comprendía. La mujer le resultaba conocida. 

    Dos bofetadas cruzaron su rostro y con la segunda casi pierde el equilibrio y se cae del banquito donde estaba sentado, un líquido compuesto de mocos y sangre salió de su nariz y la liberó por un instante, sintió el aire frío y duro entrar de lleno en su rostro. Fue tonificante. 

    Renzi estaba en su rincón, con los guantes apoyados en la cuerda del ring, un ojo hinchado estaba siendo envaselinado para escapar a futuros golpes, pero él pensaba que era innecesario ya que si bien había recibido algunos golpes, sabía que su rival estaba pidiendo la toalla en el ángulo opuesto, veía a todo su equipo afanado tratando de restaurarlo en pocos segundos. Lo que sucedería en pocos segundos sería que al sonar la campana, ambos púgiles se lanzarían al centro del cuadrilátero con sus piernas y que él, Renzi, en posición de guardia clásica, contorsionaría todo el cuerpo para lanzar un Cross de derecha directa al maxilar inferior, levemente delante de la oreja, para construir un K.O. instantáneo y decretar el final de la pelea. 

    Sonó la campana y Renzi vió a su oponente arrastrar los pies, el guante izquierdo a media altura y la cara levemente hacia la derecha para poder ver mejor, el último chorro del agua de la esponja aún corriéndole por los cabellos y buscando su camino rumbo al piso serpenteando por la frente. Renzi dio dos pasos y fue cargando la derecha, midiendo la distancia, sintiendo el agarre de su calzado contra la lona, la mano izquierda tapando levemente su rostro. Sintió el arco de sus hombros, su cintura, su cadera, su antebrazo y su brazo coordinar los movimientos a medida que sus pies se iban arraigando a la lona como las raíces de los tilos en su pueblo natal. Sus extremidades respondían instantáneamente y sin error, la coordinación era una coreografía del Bolshoi, de haber estado Baryshnikov en primera fila se hubiera visto al gran bailarín llorar de la emoción. 

    Un momento antes de que su guante impacte la mandíbula de Tenison, Renzi sintió caer la toalla sobre su cabeza a la vez que le tapaba el rotro y contuvo el golpe, antes de la masacre. En una actitud completamente anti deportiva pero infinitamente humana, el equipo de Tenison arrojó la toalla pero erró su destino e impactó sobre Renzi, o eso creyó él. La toalla envolvió la cabeza de Renzi cegándolo, aislándolo de la realidad, cuando sintió un golpe de lleno en la cara y se le apagaron las luces, solo para volver unos minutos más tarde, en el vestuario, sentado en la camilla del kinesiólogo, con las manos atadas por la espalda y con Ruben, el masajista. 

    Ruben lo ayudó a incorporarse y caminar unos metros hasta el vestuario vecino, que estaba vacío salvo por uno de los banquitos del ring, que dominaba la escena. Ruben lo ayudó a sentarse en el banquito y Renzi quedó de espaldas a la puerta por donde habían entrado. El cono  de luz solo lo iluminaba a él en parte y hacía más difícil ver el resto de la habitación. Renzi escuchó unos pasos y le preguntó a Ruben si era él, pero no obtuvo respuesta. 

     La mujer era diminuta, no parecía capaz de haber parido a nadie, pero por la cara se sabía que era la madre de la criatura que sostenía el hombre de la foto. Renzi volvió a mirar la foto con cuidado, tratando de obtener algún dato, pero la persistencia en las preguntas y la repetición lo aturdían aún más. El siguiente golpe fue al cuerpo, buscando que le duela. Entonces entendió que mejor abrir la boca y decir algo, lo que sea, antes de recibir más golpes. 

- No sé quien es la mujer, pero el tipo me parece conocido. 

    Lo poco que duró la teoría se hizo evidente ya que otro golpe asestó su costillar. 

- El tipo está muerto hace más de diez años, mirá mejor Villar, fijate si no reconocés a la señora. 

    Renzi no sabía por qué le decían Villar pero al parecer a quien debían identificar era a la señora. Hizo un esfuerzo, intentó mostrar esmero pero solo lograba tartamudear comienzos de palabras sin sentido. Un tercer golpe le llegó desde atrás, a los riñones totalmente expuestos y sin protección alguna, sintió un cólico que le hablaba a viva voz del deterioro interno, pronto comenzarían las hemorragias y allí todo acabaría. En un manotazo de ahogado, sin pensar más que en el próximo golpe dijo: 

- Es mi vieja, la señora es mi madre. 

    Renzi no había conocido a su madre. Se había criado solo en un campo de Santa Fé que era propiedad de los Fuhr, unos alemanes amables y bondadosos que tenían una peonada enorme. Ellos le dijeron que era hijo de un peón llamado Renzi que se fue una temporada a cosechar algodón al Chaco pero nunca más volvió. A Renzi nunca le faltó techo ni comida. Los Fuhr lo mandaron a la escuela hasta que Renzi no quiso ir más. Le dieron trabajo y jamás le hablaron de marcharse.

    Fue en una pelea entre peones que un capataz lo vio sacar un golpe, Renzi estaba agazapado esperando que su oponente se moviera y en cuanto vio el espacio le lanzó un uppercut quirúrgico que lo lanzó un metro para atrás y no le dejó oportunidad de revancha. El capataz volvió al pueblo, hablo con un entrenador que fue hasta la ciudad y le repitió el cuento a Don Achaval, que se había cansado de escuchar promesas incumplidas. Pero esta vez había una cuña, Don Achaval conocía a los Fuhr y podría ir hasta la estancia y buscar una excusa para ver al muchacho, sin intermediarios que lo molesten. Dos semanas más tarde Renzi estaba durmiendo en una pieza arriba del gimnasio, comía solo lo que le daba Don Achaval, tenía su cama, su armario y hasta un espejo. Solo le pedían que baje a entrenar cuando le pidieran. 


- Ahora estás hablando Villar, ahora si... ¿dónde está tu vieja?

    Renzi había escuchado a un tipo decir que era hijo de una prostituta de Córdoba que había pasado una temporada refugiada de los Fuhr y de Renzi, que era peón en el campo. Cuando la madre lo parió no quiso a la criatura y estuvo a punto de ahogarla en el arroyo que pasa por la estancia, pero Matilda, la hija mayor de los Fuhr se lo quito y lo escondió en su pieza hasta que la madre se marchó. Lo único que recuerda Renzi de sus primeros años era un pullover de lana grueso que le quedaba grande y tenía olor a humo. Ni siquiera recuerda quién le enseñó a pelear o a las hijas de los Fuhr. 

    Sabía que si se quedaba otro rato en silencio los golpes volverían, pero ya no había salida, solo pensaba en la forma más rápida de morir. Necesitaba generarles un arrebato de violencia para que le peguen un tiro y listo. Amenazarlos con su cuerpo no podía, y si intentaba levantarse solo lograría trastabillar y recibir unas patadas. Renzi pensó. 

- Mi vieja se fue cuando yo era chico, no sé dónde está y si no me creen, mátenme. 

- ¿Cómo no te vamos a creer Villar? Nos acabás de contar que ésta es tu vieja... ¿cómo no te vamos a creer? Pero... ¿sabés qué? aunque nos estés diciendo la verdad te vamos a cagar a trompadas, porque lo que queremos es ir a visitar a tu vieja para partirla al medio y meterla con vos en una caja. Ahora, si nos decís donde está tal vez la partamos al medio a ella sola... vos fijate. 

    Renzi se llenó de rabia al pensar que irían a matar a su madre, a la madre que no conocía, a la que en todo caso lo abandonó y hasta tal vez lo quiso matar. Pero si esa que sonreía era su madre esos cuentos eran todas mentiras, esa mujer estaba feliz de haber parido, estaba orgullosa de su nene, de haberle dado su vida. 

    Estaba furioso como nunca, en ningún combate se había enojado tanto, logró soltar sus manos e incorporarse, camino dos pasos y vió un arma sobre la mesa, la tomó y disparó dos veces hacia la oscuridad de donde venían las voces, pero los fogonazos solo iluminaron unos azulejos sucios en la pared y luego oyó el tercer disparo, sintió un calor extraño en el abdomen y luego frío, hasta que murió. 

- ¿Por qué le decías Villar? Sabés que el tipo se llamaba Renzi...

- Lo necesitaba aturdido, mareado, sino no se iba a envalentonar. 

- ¿Quien viene a hacer la pericia?

- Quintana y Ribiotti, ya les avisé que traigan el reactivo de pólvora ¿Sabés si Ruben sigue OK para atestiguar? Necesitamos uno de afuera....

- Si si, le pregunté hace un rato y me dijo que no había problema, que apenas si lo conocía. 

- ¿Te imaginás el quilombo que se armaba si lo knockeaba a Tenison? Ahora este boludo podría haber entrenado un poco ¿no? ¿Qué se piensan? ¿Que la guita la cagamos?

- No sé, pero ya no le vamos a poder limpiar más el camino, mejor que se acomode. ¿Cenamos?

- ¡Dale! acá en la esquina hay una parrillita que es una locura, yo te invito.