jueves, 4 de abril de 2024

Abaco

 


    Diana caminaba por la vereda de la farmacia, hacía treinta y ocho años que vivia ahí, pero el calor de la masa de cemento y ladrillo seguía sorprendiéndola con el calor agobiante que despedía a la tarde. A veces pensaba que de quedar ciega podría reconocer esa esquina tan solo por la energía que emanaba, mismo en el frío del invierno. 

    En la vidriera del negocio de al lado, una agencia de turismo, leyó un cartel que mostraba a una mujer de anteojos muy moderna, con un tailleur azul oscuro y una camisa blanquísima, el pelo atado y cara de concentración. A un lado la imagen transicionaba a la misma mujer en traje de baño en una playa Siciliana, con el pelo suelto y una gran sonrisa bajos los grandes lentes oscuros que tapaban  buena parte de su cara pero nada de su expresión de felicidad. La transición de imágenes estaba acentuada por la palabra oppure, que Diana no supo interpretar porque no conocía el italiano. Pero si algunas frases de nessum dorma y allí se fue tarareando la canción de Turandot. 

    Entró al vestíbulo de la casa y se quitó los zapatos, se agitó la remera para ventilarse el cuerpo caliente y recitaba a viva voz:

    - Delgua note, tramontana estele... al alba vinchero!!

    Su abuela se asomó desde el arcada que formaba la escalera al cruzar el vestíbulo y daba paso a la cocina y amablemente, sin dejar de sonreirle le dijo:

   - Dilegua o notte, tramontate stelle, tramontate stelle, all'alba vincero... ¿Era eso lo que cantabas? Creía que lo tuyo era Iron Maiden, no Puccini.

    Diana se quedó meditando sobre esto último mientras buscaba una silla en la mesa del comedor, almorzar en casa de la abuela una vez por semana no se había interrumpido nunca, ni cuando se casó ni cuando se divorció. Claro que cuando se casó se mudó solo a dos cuadras y luego del divorcio volvió a la casa de sus padres, ya vacía después del accidente. La abuela no la había abandonado nunca, ni en la presencia, ni el espíritu. Diana no sabía si había otras formas de abandono, pero en todo caso su abuela no la había abandonado de ningún modo. Diana sabía que su abuela tenía otros nietos, pero también sabía, o creía saber, que ellas dos tenían un vínculo especial. 

    Era cierto lo de Maiden pero ¿por qué una cosa quitaría la otra? La banda británica tiene por autor en sus letras a alguien que no teme recurrir a los clásicos y eso produce canciones como Flight of the Icarus o Rime of the ancient mariner a la cual no sé cómo reaccionaría Coleridge si la pudiera escuchar, pero vamos, que linda canción. 

    Mientras esperaba que su abuela viniera con la fuente de comida a la mesa, tomó un album de fotos que estaba sobre ella y comenzó a recorrer esas gruesísimas hojas acartonadas que sostenían las fotos, separadas por papel manteca. Había fotos de su primo Luca bebé con el nonno Massimo y otra de Guillermina cuando era joven, sola bajo un sol terrible, en la plaza de la estación, que en esa época no era más que un desierto prolijo, con proyectos de árbol que eran solo palitos. Los ojos de Guillermina penetraban en la foto del mismo modo en que la habían recibido cuando sonreía bajo la arcada y amorosamente recitarle la letra de Nessun Dorma en italiano, idioma que ella misma tuvo que aprender para hablar con la familia de Massimo. En la siguiente hoja estaba Diana siendo bebé, con sus padres jovensísimos. Su padre tenía  una sonrisa que ella había visto pocas veces en vivo, el pelo morocho y tupido y la cara limpia, sin barba ni bigote. Había visto esa foto miles de veces, pero cada vez que se topaba con ella volvía a sentir el vacío por el que caía, un vacío repentino y fresco, como si se rompiera una rama debajo de nuestros pies al estar trepados a un árbol. 

    Los fideos estaban listos, fueron servidos en una fuente, bañados en tucco y bombardeados de pequeñas albondigas que podían comerse de a dos o a tres a la vez. El olor del tucco de Guillermina era siempre increíble y para Diana esa era la mejor pasta que había en el planeta, a pesar de que sabía bien que no podía ser cierto porque el nonno toda la vida le había dicho a Guillermina: `tal vez la próxima finalmente lo logres' antes de comer el plato que tenía por delante como si fuera la mayor de las delicias.  

    Lentamente mientras Diana comía los fideos con paciencia y dedicación, observó el silencio entre ella y Guillermina, entendió que aquello no era un vacío, una falta de algo, sino que era parte de ese juego que había en la vida. Recordaba como el Magister Ludi podía atravesar una partitura musical con un análisis matemático que derivaría en una estrategía del ajedrez que sería comparable con un Haiku que luego nos dejaría reflexionando sobre nuestra vida. Siempre le había atraído la idea de poder hacer algo semejante, desde su adolescencia, y entonces todo: Puccini, Maiden, los fideos, los silencios y el calor que salía de las paredes, estarían relacionados entre sí, aunque sea por la más abtracta de sus formas, la forma que tomaba ella mientras masticaba las albóndigas. 

    - ¿Querés un poco de vino?

   - No Guille, ahora en un ratito tengo una reunión de trabajo y me voy a quedar dormida frente al monitor. Gracias. 

    La tarde dió paso a la noche, pero ni aún así refrescó.