Estaba en la estación de Banfield, comiendo un sandwich de bondiola, malo. No probé una buena bondiola hasta que pasé los treinta años, con lo cual, hasta ese momento de iluminación siempre pensé que era un fiambre condenado a la mala calidad. Por eso, a los diecisiete años, comer un sandwich de bondiola y que fuera malo, era esperable, era normal. El sandwich es un todo y hay que entender que el producto en su totalidad resulta malo o bueno, debido a la calidad de los componentes y su factura, si alguna de estas cosas es mala, el sandwich es malo.
El mes de noviembre en Banfield, durante mi adolescencia, era raro. Todavía no hacía calor pero algunas prendas comenzaban a molestar, como los pantalones largos. Uno se organizaba el día por la mañana y para antes del mediodía ya andaba cargando abrigos que se volvían innecesarios, se sentía sucio y no era posible reorganizarse, por lo menos no en mi cabeza, el día comenzaba y una vez planificado, se marchaba con el plan, sin alteraciones.
Este mes también es una zona extraña en lo lectivo, el año va terminando y los que ya dejábamos todo ordenado, no teníamos mucho para hacer. Los primeros años ejecuté incorrectamente mis estudios, pero luego entendí algunas situaciones sin siquiera ser consiente de ello por lo que me encontraba en la recta final del año sin muchas preocupaciones, simplemente esperaba que llegara la fecha de finalización de las clases regulares. Había que presentarse, cursar, entregar algún que otro trabajo pero así y todo había muchos tiempos muertos.
Mientras masticaba mi sandwich de bondiola sentado en una de las barandas del andén, veía pasar los trenes. Los que venían del lado de Constitución casi que los veía cuando aún estaban por Escalada, pero los que venían de Lomas salen de atrás de una curva que no nos deja anticipar mucho la aparición.
En uno de los trenes que venía del lado de Lomas, y camino a Constitución, venía un compañero de la división al que llamabamos Tetón. Nunca supe el origen del mote, no había un rasgo físico que lo explicara, una expresión vocal aproximada, ni ninguna otra pista que yo conociera para entender el origen. A veces yo le decía, copiando a Maxi que lo conocía bien, Teiton, como si una persona de habla
inglesa intentara pronunciar su apodo, y eso fue lo que intenté hacer, con un bocado de sandwich a medio masticar en la boca, para llamar su atención.
Antes de explicar la reacción de Tetón, quiero decirles que durante mi adolescencia y primera juventud me resistí a pensar, creer o aceptar que alguien pudiera encontrarme detestable. Simplemente me resultaba imposible. Podía suceder que alguien no tuviera interés en mí, o hasta ignorara mi existencia a pesar de estar ahí presente. Eso no era un problema, pero cuando abiertamente alguien me rechazaba o daba señales de que le caía mal, mi reacción era sobrecargar el contacto con esa persona para que pudiera ver algo más en mí que le permitiera no detestarme. No buscaba una amistad hermanada o ser el preferido, pero sí salir de esa casilla que sentía injustamente atribuida a mi persona. Tetón me detestaba.
La oportunidad de esquivar a aquellos que detestamos o simplemente no deseamos su compañía es fácil cuando el mundo donde compartimos con esa persona está habitado por una cantidad numerosa de personas. Por ejemplo, si trabajamos en una oficina con cuatro personas de las cuales una nos cae mal, estamos en problemas, ya que las chances de encontrar momentos donde podamos mantener la distancia sin tener que justificarnos es baja o nula. Por otro lado, si estamos en cursando una materia en la facultad, donde puede haber más de cien personas, el momento de convivencia puede ser evitado en su totalidad sin tener que encontrar o dar ninguna explicación. Cuando cursamos cuarto año con Tetón éramos doce personas, para desgracia de Tetón.
La masa informe, mezcla de harinas, lácteos, carnes procesadas, saliva, algo de mayonesa y componentes menores que no vienen al caso mencionar, se aglutinaba en mi boca bloqueando el paso del aire de tal modo que el sonido quedó amortiguado, acolchonado. No tuvo volumen, claridad, definición, ni ninguna otra característica que le permitiera alcanzar apropiadamente los oídos de Tetón y por lo tanto darse por aludido. Tetón siguió caminando por el hall de la estación camino a la calle con su característica expresión vacía en los ojos y el andar cansino, ambos producto de su consumo diario de canabis. Mi mente ordenó un segundo intento, luego de acomodar el bolo de comida en uno de los costados de la boca, pero algo frenó ese comando y no se ejecutó.
Tetón siguió caminando en dirección al colegio y, poco a poco, su figura se fue perdiendo entre tantas otras personas que caminaban en la misma dirección. El sol estaba alto y aplastaba todo con ferocidad, pero su máxima potencia estaba aún por llegar. Yo continuaba mascando el bocado mientras miraba la parte restante de sandwich en mi mano, preguntándome por qué lo seguía comiendo si era tan malo. Preguntándome si Tetón no me había escuchado o había utilizado la confusión parajustificar seguir caminando. En unos momentos más yo también caminaría al colegio e indefectiblemente encontraría al grupo de cuarto año en la puerta donde nos saludaríamos y resultaría imposible a Tetón no saludarme. Pero aún allí en la estación pensaba en como no soltaba el sandwich, en como no soltaba a Tetón.