jueves, 4 de mayo de 2017

Apoteosis


Son cuatro ochavas iguales desde la esquina de Diagonal hasta corrientes. A veces me paro en medio de la calle a pesar de los bocinazos porque desde ahí se puede ver la línea de perspectiva que un arquitecto dibujaría.
En el fondo sale un plano enorme, medio marrón y brillante, es una mole nueva de tan solo cuarenta o cincuenta años. Me imagino la indignación que habrá causado en algunos cuando rompió los códigos de la city porteña.  Cuando vas caminando por ahí ahora está todo más amable, son las ocho de la mañana y poca gente circula, pero además las calles semipeatonales le cambiaron el ritmo. Ahí también radica la grandeza del autor, es que hace veinte años caminaba por acá y escuchaba en un walkman un cassette con música de Piazzolla, la músicaestaba atrás de una cortina gruesa. Ahora, después de los compact disc, los mp3, los celulares con música y esa claridad que antes no se soñaba ni en las borracheras más alucinadas, camino por la calle y escucho la Milonga del Ángel, y todavía encaja. Esas fachadas de bancos límpias que esconden miles de negocios sucios, vidas filtradas y dependientes cansados. Pero el violín de Camorra 3 sigue dejando una melancolía que marca el paso. Con el cassette a veces se trababa, se acongojaba un poco. Este estúpido con el auto como si fuera una avenida, que ganas de sacar la llave...

Empezó el piano, estamos por la mitad del tema y me tengo que frenar en una parecita a escuchar. Pasan chicas y chicos emperifollados hacia los trabajos, con vasos de café recién comprados, auriculares en cada oreja y una mirada, para mi, indescriptible. Puedo creer que no estamos igual de perdidos, igual de enajenados, pero a pesar de que nos pasamos a un metro y nos sentamos a doscientos, no nos conocemos, no nos miramos. Yo estoy escuchando un piano que se grabó hace cuarenta años y me estoy poniendo a cada rato un poquito más viejo. Parece que desde el fondo la música me está gritando, me está pidiendo que reaccione ¡Pero si acá estoy! ¡¿No ven acaso que me estoy desmoronando?!

Es la tercer ochava y ya tan solo queda una más. Es un hito que me marca la llegada, pero también la cercanía del final. A veces en el final de la obra me parece escuchar voces entre los respiros del bandoneón, los golpes a las teclas y que sé yo que más pasa ahí, estoy mareado y no puedo ni pensar como tengo que cruzar la calle. Hay aplausos y un final apoteósico que me hace temblar las piernas. Las dos o tres personas que esperan el semáforo conmigo para cruzar me miran de reojo preocupadas, no por mí, sino por ellos. Yo también me preocupo por ellos.

Ahora todo terminó y estoy en un ascensor subiendo al quinto piso, descendiendo. La música terminó, el recorrido también, y tantas otras cosas más que no me atrevo a mirar.