Manuel se miró la mano, sentı́a el agua congelada sobre su piel, sentı́a el helado aliento del invierno abrazándolo. Pero no veı́a el agua porque era una delgada capa la que cubrı́a su piel. En la otra mano tenı́a el grueso guante y ya en la muñeca de la mano descubierta, sentı́a el calor que provenı́a de su propio cuerpo abrigado. Por la mañana el sol está en un ángulo agudo muy pequeño y penetra en los ojos de una manera única. La vista, acostumbrada a la oscuridad de la noche se resiente, y sobre todo para aquellos con fotosensibilidad. En el campo esos momentos eran fáciles de vivir, pero Manuel vivı́a en un pueblo con algunos edificios altos y el sol deinvierno no se veı́a hasta bien entrada la mañana. Mientras la bomba escupı́a sus primeros chorros de agua, como un ahogado escupe las bocanadas que tragó antes de ser rescatado, Manu estaba absorto sobre ese sol que le castigaba la cabeza, sus botas se mojaban con las salpicaduras del agua que caı́a de la bomba.
Durante un instante recordó el olor de su casa cuando era niño y la emoción que le causaba escuchar las canciones de ese cassette de rock. Ahora solo recordaba el recuerdo, pero no los olores ni las sensaciones. Se sintió ajeno a todo y solo volvió en sı́ con la picadura del frı́o en los dedos. Se puso el guante sobre la piel mojada y le hizo un gesto a Liz que estaba tras la ventana de la cocina. Podı́a intentar con la bomba eléctrica ahora. Un caño vibró debajo del suelo y le trasmitió la idea a la escructura del molino. Un perro ladraba a lo lejos y el sol subı́a despacio, a Manu se le iba a ir el dolor de cabeza en un rato y mientras limpiaba el motor del tractor se absorverı́a tanto en la tarea que no notarı́a que una vez más estaba dejando de ser él mismo.