domingo, 15 de octubre de 2023

Instrucciones

 



    Podría escuchar la palabra puss y asociarla a una cosa viscoza y amarillenta, que sale de mis heridas cuando la cosa no está marchando bien. Pero la palabra puss ahora está cableada a otro lugar de mi cerebro, y lo sé porque la última vez que la pronunciaron ni siquiera me estaban hablando directamente a mí pero sabía que significaba esa instrucción y era yo el que estaba al timón.
 
  A los veinte años hice un curso de timonel, había navegado un par de veces con uno de mis tíos y también con un amigo y esas ocasiones bastaron para hacerme comprender que gustaba mucho de esa actividad. No era un momento muy claro de mi vida, en varios sentidos estaba perdido y en algunos otros estaba bastante direccionado pero sin saber qué me había dado esa dirección y por lo tanto hasta ponía en duda esa seguridad. Navegar no estaba en duda, me encantaba, muchas veces no supe como navegar más, nunca tuve barco y básicamente me quedaba sentado esperando que me inviten, cosa que alocadamente sucedió varias veces.
  
  Durante el comienzo de mi vínculo con la náutica aprendí que tenía su propia terminología, cosa que adoré y sigo adorando. Cada acción, cada elemento, cada zona tiene su nombre y propósito. Una persona puede estar al timón cuando le pide a algún tripulante que file la escota del foque y esta persona ya sabe que tiene que darle cabo, a un cabo que está del lado donde el barco está amurado para una de las velas de proa. Esto último que acabo de decir incluye su propia terminología y si fuera una persona que no conoce nada de náutica la frase terminaría siendo: ves la soga esa de color X que está ahí, no la otra, esa... bueno, soltala del cosito ese donde está trabada, pero solo un poco y volvé a trabarla que sería completamente inconducente durante una maniobra o en el momento donde estamos simplemente navegando plácidos por el agua. Esta terminología se quemó en mi cabeza, y es extensa. Una de las acciones con nombre es la que determina si la persona que está al timón debe llevar el barco en una dirección que lo enfrenta al viento, orzar, o si bien debe llevar el barco en la dirección contraria, derivar.
  
  Estas dos instrucciones están cableadas en mi cerebro al punto que no puedo borrarlas. Si estoy al timón, puedo tener frío o calor, sed, ganas de ir al baño, puedo estar mirando un ave sobrevolar el agua o calculando si la embarcación que está a babor con una trayectoria que generaría un potencial abordaje (así se llama cuando los barcos chocan) realiza un cambio en su rumbo o tiene derecho de paso y debo cambiar yo, etc. pero si quien está llevando la navegación del barco me grita derivá mi cerebro lo procesa inconcientemente: tiro del timón hacia mí, generando la derivación.
 
  Es fantástico tener esa reacción, conocer el extenso vocabulario náutico y poder compartir con otros ese mundillo, pero también puede ser un problema.
  
  Una de las personas con las que coincidí en la náutica, que es hace años uno de mis mejores amigos, emigró y fue a vivir a Francia, donde hablan otro idioma, y posiblemente, donde tengan una terminología y un vocabulario náutico propios. Hace unos años tuve la fortuna de poder ir a visitarlo y navegar entre Francia y las islas Canarias. Estaba feliz de realizar ese viaje, colaborar con los preparativos, organizar el barco, esperar el buen clima. Pero al momento de salir al mar, tomado del timón y feliz como no podría ser de otro modo, me encontré escuchando a mi capitán decir puss puss puss y mi cerebro simplemente se paralizó no ejecutó nada, simplemente me quedé estático.
  
 Estar atado al timón en ese momento y no poder ejecutar lo que me pedían me enseñó de mi cableado, el único estímulo al que podía responder es orzá o drivá cualquier otra instrucción era completamente inútil. Si alguien me decía puss puss puss no habrá reacción, claro que saber el idioma y entender que ese puss viene del verbo pousser, se escribe pousse en imperativo y se pronuncia como ya sabemos, ayudaría a entender que la idea es: empujar la barra del timón, lo que terminaría siendo equivalente a la instrucción derivá, pero yo no sabía nada de todo esto, yo escuchaba puss y me quedaba helado. Hay una analogía directa y clara entre tir, que viene del verbo tirer y que se escribe en imperativo tire y que significa: tirá de la barra del timón hacia ti, o como yo esperaría que me pidan: orzá.
  
  Desde esa experiencia, que se repitió hasta el hartazgo en los doce días que tomó el viaje a Canarias, he tomado clases de Francés, muchas y lo sigo estudiando, pero también pensé en las distintas ocasiones donde pude navegar, en lo bonito del vocabulario náutico, su potente capacidad de síntesis y precisión en las instrucciones pero también sobre la peligrosidad al cablearlo de ese modo definitivo, sobre cablear conceptos de ese modo definitivo en general.
  
  Estuve en Septiembre en Francia, visité a mi amigo y tomé el timón, era un día muy agradable, buen viento, soleado, poca ola. No sabía a donde me dirigía, básicamente me decía apuntale a esa  playa y me señalaba un punto en el horizonte, pero dos o tres veces asomó la cabeza para dar instrucciones y me decía puss y yo orzaba, feliz de haber reaccionado a la instrucción, feliz de haber entendido y, sobre todo, de levantar el cableado y proponer otro, tener ambos, poder entender al mundo cuando me dice algo y no quedar paralizado porque no es la instrucción que estoy esperando.
  
  Hay contextos donde nos formamos y realizamos cableados que solo nos permiten manejarnos dentro de un léxico que nos impide entender otros conceptos que llevan a lo mismo. Esos conceptos y términos los naturalizamos y juzgamos definitivos. Si me hubieran dicho tirá en el río de la plata, la cancha de mi barrio en la que me siento tan visitante como en cualquier otro rincón del mar, hubiera corregido a esa persona diciendo se dice derivá en vez de entender que me está pidiendo lo mismo de otro modo. Acá voy dejando de opinar porque la cancha se empieza a embarrar. Esa frase del principio donde hablo de filar  es un ejemplo de que no todo puede replantearse de forma efectiva, no todo termina siendo lo mismo, pero creo que el punto no es trazar las líneas que definan esas capacidades o equivalencias, creo que el punto es entender que esos cableados no son definitivos y podemos movernos por los conceptos desde distintas perspectivas y distintos matices que dará cada lengua, cada léxico que decidamos utilizar. La entidad y el nombre no deberían estar soldados, para que ninguno signe al otro.

sábado, 5 de agosto de 2023

Carlos es Karl







    El sol vio nacer a Karl Soergerssen en Estocolmo, en Julio del `66. Su padre Kristian era danés y su madre, Socors Castells, catalana. Los Soergerssen estaban allí en Suecia debido al trabajo de Kristian, era investigador del Colegio Politécnico de la Universidad Técnica de Dinamarca para el departamento de radiometría y señales. Unos años antes del nacimiento de Karl, Kristian había realizado un curso con dos ingenieros de los Laboratorios Bell de Nueva Jersey que investigaban la señal de la radiación de fondo. En su regreso a Estados Unidos estos ingenieros le sugirieron a Karl buscar destinos más cercanos al polo, para obtener mejores lecturas y el bonito de Karl llegó feliz a su hogar para proponerle a Socors moverse durante el verano a Nuuk con el fin de realizar escapadas hacia el norte. Bastó la cara de Socors para que Karl buscara otro plan, así surgió la civilizada Suecia, y si bien esto implicaba moverse a territorio extranjero, podrían habitar en un territorio culturalmente más cercano y posibilitar también los planes de ser madre que tenía Socors, así fue como Lulea y Kiruna fueron descartadas y la un poco más nórdica Estocolmo fue elegida como destino. 

    Karl tenía tan solo unos meses viviendo en Estocolmo cuando su padre encontró la muerte mientras preparaban el viaje de regreso sin ninguna lectura útil de la radiación ni papeles preparados para la partida. Socors ultimó detalles y se fue al único lugar del mundo donde sabían que la recibirían: el Casal de Catanlunya en Buenos Aires donde su hermana trabajaba. Así Karl, el sueco, pasó a ser Carles Castells el catalán y luego de unos consejos mal dados por adherentes a los golpistas argentinos, Carlos Castillo. Para nosotros, Carlos, el gallego. 

    Carlos heredó del padre la altura y su figura esbelta, los ojos claros, y una prominente nariz. Sus cabellos trigueños y sospechamos, algo de su genio para las matemáticas. De la madre el color de pelo negro y los rulos, la tez un poco blanca pero con tintes de olivas, un carácter férreo y por sobre todas las cosas la habilidad para ser la persona más amable del mundo hasta que se cabreaba. 

    La mayoría de los que nos relacionábamos con Carlos éramos su ex alumnos, habíamos cursado física en el secundario con el profesor Andretti y Carlos era algo así como su asistente. Andretti no solía venir a las clases teóricas debido a las dificultades para despertarse temprano que son acarreadas cuando uno se acuesta tarde y alcoholizado. La clase tomaba los dos primeros módulos de la mañana de los martes y de los jueves, y como puede deducirse, las dictaba Carlos. 

    Luego de terminar el secundario Carlos nos sirvió a los pocos que seguimos carreras técnicas en la universidad como profesor de apoyo para física y matemática. Entre clase y clase, las noches desveladas preparando exámenes y dándonos apoyo mutuo en el estudio se fue formando un grupo. A veces simplemente nos juntábamos a cenar aunque no hubiera un objetivo académico en puerta, otras noches simplemente queríamos pasar el rato bebiendo un poco y conversando. Fue en una de esas noches desveladas donde conocimos a Karl Soergerssen.

    A Carlos le gustaba beber y nosotros, que lo creíamos español, le llevábamos unos vinos para entretener la velada. Esa noche nos dijo que en esa ocasión íbamos a beber Sahti, y si bien ninguno de nosotros sabía de qué se trataba, despejamos la mesa de fórmica roja y patas de metal que tenía en la cocina,  enjuagamos los vasos y nos sentamos bajo la luz esperando el comienzo del rito. Sacó varias botellas de una bebida oscura y alcohólica y sentados en la mesa, atentos como en una de sus clases, nos contó su historia. Cómo llegó a la Argentina y el destino de su padre, la situación de su madre y, sobre todo, lo que había acaecido en los últimos años.

    Socors se murió cuando Carlos cruzó la edad de veinte años. Después de haber huido de Franco, sufrido las nieves nórdicas y el temprano partir de su marido, la terrible Argentina de los sesentas y setentas rodeada de lo que restaba de su familia y sus paisanos fue para ella un momento bastante tranquilo. Los ochentas, la encontraron sin hermana pero con unas propiedades restituidas en Garrotxa, cerca de Besalú, presentando una oportunidad económica inesperada. Una vez llegada a su comarca, como si la vuelta al mundo que había dado presagiara un final, al salir de la oficina del notario cayó seca en el lugar que la vio nacer. 

    Carlos se encontró solo en Buenos Aires, sin madre ni padre, sin saber más que un poco de sus orígenes y completando papeles en el escritorio de un escribano cuando la vida le dijo, al ver sus papeles de nacimiento, lo que nunca nadie le había escondido: era Karl Soergerssen, danés, sueco y catalán, porteño por adopción y destinado a estar solo por el resto de su vida. Dejó de firmar los papeles ante el reclamo del letrado, juntó lo que tenía y partió hacia España con el único fin de reclamar lo que era suyo. Luego continuó en tren hasta Copenhague y se dejó mirar en silencio por los cuatro Soergerssen que eran su parentela ante un té de bayas y cuatro cajas de "Sahti". Al volver al hotel sobre el Nyhavn se quedó solo mirando el agua por la ventana, bebiendo "Sahti" caliente y sin entender una palabra de lo que se decía a su alrededor. Compró unas cajas de "Sahti" y decidió volver. 

    A la Argentina volvió Karl Soergerssen, eso decían los papeles y eso empezó a decir él. En la escuela le seguían diciendo Carlos, como hicimos tanto tiempo nosotros, hasta que nos contó la historia. Pero no fue la historia la que logró el destierro de Carlos, sino su mirada vacía mientras la contaba. Poco a poco su voz se fue transformando, hubo un momento donde hasta alcancé a escuchar el acento suomi interferir en el castellano, de pronto estaba adelante de una persona que tiene una vida llena de historias y giros, aventuras y tristezas, pero que no podía encontrar su lugar en el mundo. Cuando ya quedaban pocas botellas de "Sahti" y varios de los presentes se habían quedado dormidos, se hizo un silencio, y mientras dejaba que el rojo de la fórmica me masticara el cerebro lo escuché decir: "A veces lo único que tenemos es un nombre, y otras tantas, ni siquiera eso"

martes, 4 de julio de 2023

Titulo y Obra




 


    No hay nada más decepcionante que ilusionarse con un título y luego conocer la obra. Tal vez exagero pero un ejemplo de esto es la distancia que puede presentarse entre el nombre de un plato y su presentación. Hay cosas que son un estándar, como filet de merluza a la romana con puré. Si allí encontráramos un salto elongado entre la expectativa y la realidad, podemos reclamar al mozo. Otro clásico que no admite más que sutiles variaciones es ravioles con estofado y fileto. Pero estoy marcando la cancha con tiza gruesa, blanco sobre negro y al terreno que quiero llegar es un poco más controversial. ¿Qué se espera de un baño?

     Bueno, no es la espera o la expectativa más común, posiblemente pocas personas abran una puerta de baño y se sorprendan o decepcionen, pero es mi caso. He tenido la fortuna de poder ir a una amplia variedad de lugares, entre ellos algún que otro restaurante fino, si se entiende el calificativo, y toparme con una continuidad entre la atención, el salón, la presentación de la mesa y el baño. Un continuado de elecciones estéticas y soluciones a problemáticas que conforman un conjunto uniforme. No necesariamente de mi aprecio o gusto, pero resulta en algo que se esperaba. También he tenido la suerte de ir a restaurantes donde reina el descontrol, tanto en las mesas como en el baño, ahora cuidado que no se entienda por esto problemas de higiene o arquitectónicos, es simplemente una pileta lavamanos desproporcionada junto con un espejo de vestir, un inodoro de diseño actual atrapado por una puerta de antaño, pero todo limpio y de perfecto uso. Es una mesa de madera continuada por una enchapada en fórmica, sillas recolectadas en los más variados orígenes, platos hondos para cualquier comida, desde un guiso a una milanesa, y por supuesto un eclecticismo estético rayano con el cocoliche. Muchos de ellos tienen una constancia y homogeneidad en la carta que contrasta con el ambiente, muchos de estos forman parte de mis favoritos. Pero nuevamente, todo esto se esperaba.

    ¿Pero qué hacemos cuando por respuesta al giro de la puerta que nos franquea el acceso al baño encontramos un mingitorio escondido? ¿Cómo debería ser el salón de ese restaurante para estimular la expectativa correcta? Empezaré por aclarar qué es un mingitorio escondido. Muchos espacios donde se sirve comida, presentados como 'restaurantes', tienen la ilusión de servir todas las mesas posibles que puedan acomodarse en el salón, mismo si esto incluye sacrificar todo espacio originalmente reservado a la circulación. Se transforman en un pequeño festín de culos frotados en espaldas y hombros, empujones con cara de incomodidad, carteras y bolsos elevados para evitar golpes desafortunados y también, mostrar ese desinterés social de algunas personas que simplemente pasan y atropellan todo a su paso. Lo mismo ocurre en el resto de los espacios, la cocina suele ser una pequeña prisión térmica y los baños se caracterizan por giros de puerta imposibles, niños atrapados debajo del lavamanos y por sobre todas las cosas, ningún tipo de ventilación. Pero a problemas modernos, soluciones modernas. El hombre tiene una posibilidad y es la de evacuar sus orines parado. ¿Encontró usted un espacio en una pared? Coloque un mingitorio y donde tenía un baño que solo podía acomodar una persona, ahora acomoda a dos. Claro, no hay espacio para que circulen dos personas por ese baño, pero nadie rechaza la proposición de frotarse con un extraño, sobre todo cuando sus manos vienen de administrar las actividades evacuatorias y hayan, posiblemente, caído en la acción y aún no hayan pasado por ese lavamanos que está más seco que la boca de un maratonista. No quiero perder el hilo ¿qué es un mingitorio escondido? Pues exactamente eso, un objeto colocado en una pared de modo tal que no hay forma de alcanzarlo, no es posible pararse delante de él. En oportunidades, con la mismísima necesidad imperiosa de evacuar uno debe tomarse el tiempo para imaginarse cómo se debe resolver el acertijo ¿dónde me paro?¿cómo me paro?

    En mi última experiencia sucedió que estaba entre una pared y una columna tan prominente, que era imposible, a menos que uno sea un purrete de diez años, acomodar los hombros para llegar hasta el destino sin arriesgar mearse los zapatos. Debido a la época invernal yo ya me encontraba abrigado para salir y las capas extras de tela no colaboraban al éxito de la empresa. Comprendí que la única manera de aproximarme lo suficiente era realizar un pequeño giro de hombros y quedar en chanfle respecto al mingitorio y compensar ese desfasaje con la capacidad de apuntar inherente a los elementos ejecutantes. Lamenté haber decidido utilizar mis zapatillas de gamuza, las cuales observé con el rabillo del ojo para no perder puntería mientras intentaba controlar que nada se derramara sobre ellas. Reflexioné sobre la palabra 'baño', sobre lo que para mí es un filet de merluza a la romana con puré y como no debería haber tanta distancia entre un título y la obra. Terminé exitosamente la operación y miré de soslayo el lavamanos y su canillita de bronce, giré sin esperanzas la manivela y para mi sorpresa un hilo de agua de deshielo comenzó a circular. Froté la punta de los dedos debajo de ese goteo insistente y me sequé las manos con dos sacudones fuertes y una mínima frotada. Salí al pasillo que daba al salón y me preguntaba si verdaderamente había comido una milanesa con papas fritas, la sola idea de imaginar la cocina me generó rechazo. 

Pero estaba riquísimo, mañana vuelvo. 

miércoles, 28 de junio de 2023

Renzi

 


    Renzi no sabía donde había nacido ni quien eran sus padres. Miraba absorto la fotografía que le presentaban. Estaba aturdido, con las manos atadas a la espalda, transpirado y bastante desorientado ¿Dónde estaba? ¿Quienes eran esas personas que lo interpelaban? Escuchó la voz que volvía a repetir las preguntas y él volvía a enfocar en la foto blanco y negro que le presentaban. Había un bebé de unos pocos meses, envuelto en algunas telas que solo dejaban ver su cara arrugada. Un hombre elegante lo sostenía y a su lado se veía a una mujer de porte pequeño, con cara de cansada pero feliz y orgullosa. Renzi miraba la foto y no comprendía. La mujer le resultaba conocida. 

    Dos bofetadas cruzaron su rostro y con la segunda casi pierde el equilibrio y se cae del banquito donde estaba sentado, un líquido compuesto de mocos y sangre salió de su nariz y la liberó por un instante, sintió el aire frío y duro entrar de lleno en su rostro. Fue tonificante. 

    Renzi estaba en su rincón, con los guantes apoyados en la cuerda del ring, un ojo hinchado estaba siendo envaselinado para escapar a futuros golpes, pero él pensaba que era innecesario ya que si bien había recibido algunos golpes, sabía que su rival estaba pidiendo la toalla en el ángulo opuesto, veía a todo su equipo afanado tratando de restaurarlo en pocos segundos. Lo que sucedería en pocos segundos sería que al sonar la campana, ambos púgiles se lanzarían al centro del cuadrilátero con sus piernas y que él, Renzi, en posición de guardia clásica, contorsionaría todo el cuerpo para lanzar un Cross de derecha directa al maxilar inferior, levemente delante de la oreja, para construir un K.O. instantáneo y decretar el final de la pelea. 

    Sonó la campana y Renzi vió a su oponente arrastrar los pies, el guante izquierdo a media altura y la cara levemente hacia la derecha para poder ver mejor, el último chorro del agua de la esponja aún corriéndole por los cabellos y buscando su camino rumbo al piso serpenteando por la frente. Renzi dio dos pasos y fue cargando la derecha, midiendo la distancia, sintiendo el agarre de su calzado contra la lona, la mano izquierda tapando levemente su rostro. Sintió el arco de sus hombros, su cintura, su cadera, su antebrazo y su brazo coordinar los movimientos a medida que sus pies se iban arraigando a la lona como las raíces de los tilos en su pueblo natal. Sus extremidades respondían instantáneamente y sin error, la coordinación era una coreografía del Bolshoi, de haber estado Baryshnikov en primera fila se hubiera visto al gran bailarín llorar de la emoción. 

    Un momento antes de que su guante impacte la mandíbula de Tenison, Renzi sintió caer la toalla sobre su cabeza a la vez que le tapaba el rotro y contuvo el golpe, antes de la masacre. En una actitud completamente anti deportiva pero infinitamente humana, el equipo de Tenison arrojó la toalla pero erró su destino e impactó sobre Renzi, o eso creyó él. La toalla envolvió la cabeza de Renzi cegándolo, aislándolo de la realidad, cuando sintió un golpe de lleno en la cara y se le apagaron las luces, solo para volver unos minutos más tarde, en el vestuario, sentado en la camilla del kinesiólogo, con las manos atadas por la espalda y con Ruben, el masajista. 

    Ruben lo ayudó a incorporarse y caminar unos metros hasta el vestuario vecino, que estaba vacío salvo por uno de los banquitos del ring, que dominaba la escena. Ruben lo ayudó a sentarse en el banquito y Renzi quedó de espaldas a la puerta por donde habían entrado. El cono  de luz solo lo iluminaba a él en parte y hacía más difícil ver el resto de la habitación. Renzi escuchó unos pasos y le preguntó a Ruben si era él, pero no obtuvo respuesta. 

     La mujer era diminuta, no parecía capaz de haber parido a nadie, pero por la cara se sabía que era la madre de la criatura que sostenía el hombre de la foto. Renzi volvió a mirar la foto con cuidado, tratando de obtener algún dato, pero la persistencia en las preguntas y la repetición lo aturdían aún más. El siguiente golpe fue al cuerpo, buscando que le duela. Entonces entendió que mejor abrir la boca y decir algo, lo que sea, antes de recibir más golpes. 

- No sé quien es la mujer, pero el tipo me parece conocido. 

    Lo poco que duró la teoría se hizo evidente ya que otro golpe asestó su costillar. 

- El tipo está muerto hace más de diez años, mirá mejor Villar, fijate si no reconocés a la señora. 

    Renzi no sabía por qué le decían Villar pero al parecer a quien debían identificar era a la señora. Hizo un esfuerzo, intentó mostrar esmero pero solo lograba tartamudear comienzos de palabras sin sentido. Un tercer golpe le llegó desde atrás, a los riñones totalmente expuestos y sin protección alguna, sintió un cólico que le hablaba a viva voz del deterioro interno, pronto comenzarían las hemorragias y allí todo acabaría. En un manotazo de ahogado, sin pensar más que en el próximo golpe dijo: 

- Es mi vieja, la señora es mi madre. 

    Renzi no había conocido a su madre. Se había criado solo en un campo de Santa Fé que era propiedad de los Fuhr, unos alemanes amables y bondadosos que tenían una peonada enorme. Ellos le dijeron que era hijo de un peón llamado Renzi que se fue una temporada a cosechar algodón al Chaco pero nunca más volvió. A Renzi nunca le faltó techo ni comida. Los Fuhr lo mandaron a la escuela hasta que Renzi no quiso ir más. Le dieron trabajo y jamás le hablaron de marcharse.

    Fue en una pelea entre peones que un capataz lo vio sacar un golpe, Renzi estaba agazapado esperando que su oponente se moviera y en cuanto vio el espacio le lanzó un uppercut quirúrgico que lo lanzó un metro para atrás y no le dejó oportunidad de revancha. El capataz volvió al pueblo, hablo con un entrenador que fue hasta la ciudad y le repitió el cuento a Don Achaval, que se había cansado de escuchar promesas incumplidas. Pero esta vez había una cuña, Don Achaval conocía a los Fuhr y podría ir hasta la estancia y buscar una excusa para ver al muchacho, sin intermediarios que lo molesten. Dos semanas más tarde Renzi estaba durmiendo en una pieza arriba del gimnasio, comía solo lo que le daba Don Achaval, tenía su cama, su armario y hasta un espejo. Solo le pedían que baje a entrenar cuando le pidieran. 


- Ahora estás hablando Villar, ahora si... ¿dónde está tu vieja?

    Renzi había escuchado a un tipo decir que era hijo de una prostituta de Córdoba que había pasado una temporada refugiada de los Fuhr y de Renzi, que era peón en el campo. Cuando la madre lo parió no quiso a la criatura y estuvo a punto de ahogarla en el arroyo que pasa por la estancia, pero Matilda, la hija mayor de los Fuhr se lo quito y lo escondió en su pieza hasta que la madre se marchó. Lo único que recuerda Renzi de sus primeros años era un pullover de lana grueso que le quedaba grande y tenía olor a humo. Ni siquiera recuerda quién le enseñó a pelear o a las hijas de los Fuhr. 

    Sabía que si se quedaba otro rato en silencio los golpes volverían, pero ya no había salida, solo pensaba en la forma más rápida de morir. Necesitaba generarles un arrebato de violencia para que le peguen un tiro y listo. Amenazarlos con su cuerpo no podía, y si intentaba levantarse solo lograría trastabillar y recibir unas patadas. Renzi pensó. 

- Mi vieja se fue cuando yo era chico, no sé dónde está y si no me creen, mátenme. 

- ¿Cómo no te vamos a creer Villar? Nos acabás de contar que ésta es tu vieja... ¿cómo no te vamos a creer? Pero... ¿sabés qué? aunque nos estés diciendo la verdad te vamos a cagar a trompadas, porque lo que queremos es ir a visitar a tu vieja para partirla al medio y meterla con vos en una caja. Ahora, si nos decís donde está tal vez la partamos al medio a ella sola... vos fijate. 

    Renzi se llenó de rabia al pensar que irían a matar a su madre, a la madre que no conocía, a la que en todo caso lo abandonó y hasta tal vez lo quiso matar. Pero si esa que sonreía era su madre esos cuentos eran todas mentiras, esa mujer estaba feliz de haber parido, estaba orgullosa de su nene, de haberle dado su vida. 

    Estaba furioso como nunca, en ningún combate se había enojado tanto, logró soltar sus manos e incorporarse, camino dos pasos y vió un arma sobre la mesa, la tomó y disparó dos veces hacia la oscuridad de donde venían las voces, pero los fogonazos solo iluminaron unos azulejos sucios en la pared y luego oyó el tercer disparo, sintió un calor extraño en el abdomen y luego frío, hasta que murió. 

- ¿Por qué le decías Villar? Sabés que el tipo se llamaba Renzi...

- Lo necesitaba aturdido, mareado, sino no se iba a envalentonar. 

- ¿Quien viene a hacer la pericia?

- Quintana y Ribiotti, ya les avisé que traigan el reactivo de pólvora ¿Sabés si Ruben sigue OK para atestiguar? Necesitamos uno de afuera....

- Si si, le pregunté hace un rato y me dijo que no había problema, que apenas si lo conocía. 

- ¿Te imaginás el quilombo que se armaba si lo knockeaba a Tenison? Ahora este boludo podría haber entrenado un poco ¿no? ¿Qué se piensan? ¿Que la guita la cagamos?

- No sé, pero ya no le vamos a poder limpiar más el camino, mejor que se acomode. ¿Cenamos?

- ¡Dale! acá en la esquina hay una parrillita que es una locura, yo te invito. 


jueves, 15 de junio de 2023

Pinceladas


    Tomé el pincel, lo sumergí en el barniz hasta bañar un tercio de las cerdas, lo quité verticalmente y dejé que el exceso se escurriera. Seguía un hilo, siempre queda un hilo chorreando, pero rápidamente moví el pincel sobre el listón de madera y comencé a dibujar figuras con el hilo que chorreaba. Pensaba en el profe de taller que me cagaba a pedos cada vez que hacía eso porque iba a dejar marcada la madera. Pero estaba en casa, es sábado a la mañana y hace frío, tengo un mate en la mesita de al lado y entra el sol por la ventana, que la tengo un poco abierta porque el olor del aguarrás me hace doler la cabeza. Cuando me parece voy pintando motas a lo largo del listón para distribuir más fácil el barniz y luego comienzo a moverlo de lado a lado, a velocidad y presión constantes, veo como cambia de color la madera y un brillo se apodera de ella momentáneamente, voy y vengo con el pincel un par de veces. No me alcanzó para todo, así que vuelvo a remojar, otra vez chorrea, otra vez el profe.     Cada vez que pintaba, la madera me recordaba de alguien diferente. Una novia, un amigo, un profesor de la facultad y hasta incluso chicos de mi barrio con quienes no me llevaba muy bien a pesar de que yo quería llevarme bien con ellos. Pensaba en lo insoportable que era cuando era chico mientras me tomaba un mate. Siempre que pinto listones hago cagadas. Dejo marcas por todos lados y cuando llego a los bordes chorreo cantidades industriales que luego son imposibles de cubrir, por eso esta vez tuve la precaución de cubrir los lados con cinta de pintor, cinta de papel, esa que en mi casa nunca faltó cuando era chico. Este sábado no me acuerdo de nadie, solo estoy pintando, creo que estoy buscando exorcizarme de algo, antes podía negar todo, hasta las chorreadas de pintura, pero ahora está todo el tiempo todo presente. Me resulta imposible no mirarlo.      La primer mano hay que darla diluida en aguarrás, pero no me gusta llenar frasquitos de vidrio para hacer proporciones que nunca más me servirán. Entonces mojo el pincel un poco y luego lo sumerjo en la lata de barniz, hago dos o tres pasadas y vuelvo a mojar el pincel en el aguarrás, seguro que es suficiente. El olor me está haciendo doler la cabeza, tendría que tomar algo o ponerme un barbijo para aspirar menos. El mate me salió rico, me gusta cuando la cosa está un poco ordenada. El mate rico es reflejo de tranquilidad, si te sale rico es porque estás tranquilo y te tomaste el tiempo y cuidados necesarios para hacerlo.      La primer mano está quedando bien, pero no sé si me voy a aguantar las horas que tengo que esperar para que seque y poder dar la segunda. Iba a dar tres manos, pero estoy pensando que eso me va a quitar todo el finde y no puedo dejar las maderas secando por toda la cocina. El domingo a la tarde tengo que armar todo y despejar. Estar prolijo, hacer mates ricos el lunes. Es sábado a la mañana y estoy calculando mañanas de lunes, hay algo mal. ¿Cómo se dice en Francés? il y a quelque chose mal. Ni en pedo se dice así pero seguro que se entiende. Este listón está quedando marcado raro, me parece que no lo lijé bien. Es como todo lo que hago, está bien pero no está perfecto. Siempre algo que se escapa ¿aprendo a vivir con ello o busco perfeccionarme? La perfección no existe, pero no es motivo para no buscarla. Se aprende en el camino, no en el destino. ¿Yo quiero aprender o llegar? Me acuerdo la primera vez que le metí yuyos al mate, hice cualquier cosa pero me bajé el termo igual hay algo ahí en la obstinación, te hace persistir y persistir muchas veces te hace llegar. ¿Pero yo quiero llegar o aprender?     No le doy tres manos ni en pedo, esto es para interiores, ni el sol le va a pegar, es más para no dejar la madera pelada que otra cosa. ¿Cómo será pintar con soplete? Una vez intenté  pero me quedó malísimo. No volví a intentar. Ahora aprendí una cosa que es hacer cincuenta veces lo mismo hasta que en un momento te empieza a salir bien. Me pasó con el mate, nunca nadie me dio clases, siempre escuché gente que contaba que hacía así o asá, pero después de muchas veces de preparar mate me empezó a salir bien, incluso después de poner yuyos aquella vez. ¿Llegué y aprendí? No sé, hay cosas que no quedan tan claras me parece.     Esa punta va a quedar mal, se me escapó la cinta por arriba y cuando la despegue se va a notar la linea, puedo poner ese lado para abajo y no se va a ver. También puedo intentar levantar ahora la cinta y pasarle una pincelada antes de que se seque del todo. Voy a hacer cagada, si no hago nada también. ¿Hago cagada por no hacer o hago cagada por hacer? Qué dilema. No es un dilema, dilema es cuando tenés diecisiete y la hermana de tu novia te pregunta como es dar un beso con la lengua cuando estás parado solo con ella en la cocina de su casa esperando que el microondas termine de calentar una taza de café, y se hace silencio y se te quedan mirando y se escucha el magnetrón emitir, cortar, emitir, cortar, y vos estás pensando ¿Le explico o no le explico? hasta que suena el ding que te explica un par de cosas: que el café ya está caliente, que el dilema se terminó porque con el ding se dio media vuelta y se fue y que no te hubieran alcanzado ni diez segundos más ni veinte minutos porque hay decisiones que se toman y punto, sea para un lado o para el otro, pero ya lo dijo el señor Miyagui, si te quedas en el medio de una calle de doble sentido, sin elegir uno de ellos, los autos te trituran como a una uva.    Me estoy dando cuenta que ese espacio entre los listones no lo voy a poder pintar luego, voy a manchar todo, tendría que haber empezado por ahí. ¿Y con un soplete? uno de esos chicos, un aerógrafo. Me voy a comprar un aerógrafo, voy a gastar litros de pintura aprendiéndolo a usar para pintar el costado de unas maderas que no se van a ver y que me saldría más barato mandar a pintar, pero ¿llegaría a algún lado?¿aprendería? El agua del mate se está acabando, es una pena, estaba muy rico, pero hay cosas que a veces son así y estirarlas solo lo empeora. Mejor salirse del dilema y tomar la decisión, se acabó el mate, van a ser solo dos manos, la parte de adentro me va a quedar mal pero esta vez no tengo chorreadas, algo aprendí, no llegué,  pero algo aprendí.     Quedó el olor a barniz con aguarrás por toda la casa, pero me voy a bañar, en un rato me pasan a buscar y me voy a comer algo por ahí, cuando vuelvo hago la segunda mano y mañana termino.