jueves, 15 de agosto de 2013

Odisea de Baño (I)

No me sentía cómodo en esas reuniones. Si bien había unas tres o cuatro personas que conocía, la gran mayoría, inclusive la dueña de casa, eran desconocidos.

Había una mesa larga con la gente sentada alrededor, me hacía acordar a las fotos familiares, donde en navidad, los padres, madres, abuelas y abuelos se sentaban en la mesa grande. Ahora nosotros éramos los grandes, pero era una imagen a la que no me acostumbraba.

Tal vez había bebido un poco más de la cuenta, intentando aflojar un poco la tensión que tenía. Pero no me dí cuenta del efecto del alcohol hasta que me levanté para ir al baño. Un leve mareo me tomó por sorpresa y el esfuerzo para mantener el equilibrio no fue poco. Alguien de la mesa me miró y sonrió. Disimule el gesto exagerando la borrachera y lanzando una humorada al aire, pedí permiso para retirarme al baño hablando cual caballero español del renacimiento, o eso me pareció, y allí mismo recibí en la misma clave, las instrucciones para encontrarlo por parte de la dueña de casa.

No fue difícil, un pasillo, un giro, otro pasillo, la puerta. Pensé en Peter Sellers, en esa fiesta fatídica, y se me cayó una risita. Tuve que juntarla bastante pronto, ya que la primera luz que activé se quemó en ese momento y el recuerdo divertido se transformó en un temor presente. Por la ventana que daba a la calle entraba un poco de la luz artificial del alumbrado público y me permitió ver los contornos del desconocido cuarto, noté que sobre el espejo había otro artefacto de luz y busqué la llave que lo accionara.

Es raro estar tanteando a semioscuras las paredes de un baño desconocido, uno no sabe cuando fue la última vez que se limpió el lugar y se va topando con artículos de los cuales desconoce la procedencia. En mi caso una toalla húmeda que colgaba desde un gancho en la pared rozó mis dedos mientras éstos buscaban el plástico testigo de la ubicación de la llave. Pues bueno, una toalla húmeda en un baño es algo totalmente esperable, así, sin exaltarme continué con mi búsqueda, cambié de pared, repasé los azulejos a cada lado del espejo y luego volví a buscar cerca de la puerta, pero nada.

En ese momento recordé que en casa a veces uso la pantalla de mi teléfono móvil para iluminarme el paso y tantié mis bolsillos, pero mientras las manos hurgaban en mis prendas, mi mente recordó el instante en que lo deslicé en el abrigo y luego como colgué el mismo en el perchero de entrada. No había caso, podía salir y preguntar, o buscar el teléfono, o prender la luz del pasillo y mirar. También podía sentarme en el inodoro y simplemente hacer todo con la luz apagada, como tantas veces a medianoche hacía en casa, pero claro, era mi casa.

Tuve la sensación de que algo de pis se comenzaba a escapar. En lo frenético de la búsqueda, más el adormecimiento muscular por el alcohol, no había notado lo necesitado que estaba. Era imperioso evacuar en ese momento. Corrí la cortina de la bañera para que la luz de calle no tuviera muchas interrupciones, tantié la situación de tabla y tapa del inodoro y al encontrar todo correcto me bajé los pantalones y me senté.

Infinitas veces hice pis alcoholizado, no me enorgullece, no me parece algo para mostrar como un trofeo. Hice pis en baños de hoteles cinco estrellas y en hoteluchos donde la higiene directamente no había alcanzado esos parajes, ni siquiera como concepto teórico. En casas de hace dos siglos, en museos, en paredes, en árboles, en el mar, en un río, en la banda de un barco amarrado en puerto, por la popa de un barco navegando, en la montaña, en la nieve. Todas ellas siempre tuvieron algo común, la tibia sensación que al expresarse nos libera, nos dá mayor placer que la descompresión real de la vejiga.

Al estar allí sentado en la semi penumbra, igualmente entorné mis ojos un poco y como un dios satisfecho con su creación, dejé que el mundo sea y solté todo, hasta que mi media derecha se mojo con algo caliente. No voy a entrar en los detalles, simplemente voy a decir que no me llevo bien haciendo pis sentado en los inodoros que en vez de una 'O' por tabla, tiene una 'U'. Nunca entendí cual era el objetivo de esas interrupciones frontales, muy comunes por cierto en los aeropuertos. Si bien no había sido una catástrofe, sino un accidente menor, la cosa no podía marchar bien desde ese momento. Sabiendo lo que había sucedido, podía oler el pis como si impregnara la totalidad de mis prendas.

Decidí que lo mejor era retirme la media y enjuagarla en el lavamanos. Si bien la oscuridad no me permitiría maniobrar con exactitud tampoco era tanto lo que había por hacer. El asunto fue que al quitarme el zapato y la media, sentado aún en el inodoro, entendí que existía la posibilidad de que algo hubiera alcanzado el piso y no había manera de verlo. La única forma ahora era utilizar el tacto. No las manos, no, sino el pié que ya estaba expuesto. El asunto era que ese pie tenía una humedad relativa que arruinaba sus condiciones de punta de prueba, ya que cualquier superficie calificaría como 'mojada'. Un poco de papel higiénico vendría a solucionar el problema, siempre y cuando la localización de dicho papel sea conocida.  Pues ahí estaba yo, con un lado del pantalón arremangado hasta la rodilla, la media entre pulgar e índice de mi mano derecha, el pié derecho en el aire y mirando hacia la oscuridad para ver si veía un perfil que pareciera ser un rollo de papel.

"El dedo gordo está seco" pensé después de unos segundos, y con sutil destreza comencé a pasearlo por una espiral imaginaria que se centraba en el lugar donde antes había estado pisando y se ampliaba en su radio con cada vuelta. No detecté nada y me paré.

Mientras abría las canillas y ponía la media, sintética, bajo el chorro de agua, escuché a una de las invitadas que pasaba por la puerta del baño y se preguntaba en voz alta por mi paradero. Claro, por debajo de la puerta del baño, que estaba cerrada, no salía luz, nadie podía imaginar que yo estaba adentro. Por un momento me asaltó la imagen, la puerta se abre de par en par, entra la luz y ahí estoy yo, descalzo de un pié con una media en la mano y una posible mancha de pis indetectada en el piso. Y la pregunta del visitante sería ¿y haciendo qué?

Me apresuré a meter una o dos veces más la media, que escurrí con todas mis fuerzas para quitarle toda el agua posible. Me coloqué el zapato y de pronto había vuelto del mundo bizarro, si ahora había una mancha en el piso podía hacerme el desentendido y la luz podía haberse quemado 'en ese instante'.
Me lavé las manos y lentamente asumí el rol de invitado de nuevo. La desopilante aventura cerebral había terminado, una vez más había hecho una película de la nada. Busqué la mochila del inodoro con cuidado, encontré la manija que acciona la descarga de agua y al aplicarle un poco de fuerza no se movió. Insistí ya con más intensidad, pero la actitud del dispositivo era impertérrita. Dudé de estar intentando trabajar sobre algo que no correspondía. Palpé los laterales de la mochila, la parte superior en búsqueda de un botón, pero no había nada, ésa tenía que ser la manija correspondiente. Los fantasmas volvieron a apoderarse de mi mente. Ese baño me condenaría por siempre.