jueves, 25 de julio de 2013

Regresos y ausencias (San Telmo)

Habrían pasado ya cinco meses de la noche donde se fue. Me había encontrado inifinitas veces contando las cucharadas de sopa mientras comía solo en la mesita de la cocina. Contaba para distraerme. Se suponía que la soledad tenía que aturdirme, dejarme aplazado, pero nada.

Tampoco era feliz, no es que había encontrado por una burda y aleatoria vuelta de la vida el modo en el que quería vivir. Simplemente así estaba bien, pero algo faltaba.

Cuando empezó a hacer calor de nuevo tuve la impresión de que es más fácil mentir en invierno, que se puede llevar la farsa hasta mucho más lejos. En parte porque todo está más apagado, en parte porque la necesidad de creer de la gente se intensifica.

Llegué de comprar dos o tres cosas en el chino de la vuelta. Un par de cosas para mis manjares de soledad: un sandwich de salame y queso en pan negro. Primero no me percaté de la luz prendida que se veía por debajo de la puerta al salir del ascensor al palier oscuro. Tampoco, que al entrar no solo vi la luz prendida, sino que escuché claramente los ruidos en el baño. Aún así fui a la mesada de la cocina y dejé las cosas, tiré sobre un estantecito con especias los tickets del mercado y algunas monedas y comencé a sacarme la campera que tenía puesta. Sin darme vuelta la escuché:

-¡Hola! ¿Escuchás gente en tu casa y ni te fijás quien es?

-Mi vieja es la única que tiene llaves además de vos y ella está de viaje. Tenías que ser vos. Hola.

Al darme vuelta vi que estaba un poco cambiada, algunas cosas más frescas en su atuendo, la cara con una expresión distinta a la de los últimos meses. Pero sobre todo me llamó la atención como se había recogido el pelo, nunca se había hecho esas cosas cuando estaba conmigo. Tenía una sonrisa sincera, de verdad que estaba contenta de verme y creo que esperaba lo mismo de mi.

-Dijiste que pasabas la noche siguiente ¿no?
-¿Ahora me vas a recriminar? Tenías todo para encontrarme, no cambié de trabajo, lo de mis viejos sabés donde es, en el celular no me dejaste ni un mensaje.

Se puso muy seria cuando me dijo todo eso, casi que de a poco la bronca fue creciendo adentro de ella mientras lo decía, pero a último momento lo soltó, sonrió un poco y me miró con dulzura de nuevo.

-¿No estás contento de verme?¿Querés que me vaya de tu casa?

-¿Mi casa? Si no fuera por unos meses ni bien me mudé, vivimos la misma cantidad de tiempo ¿no? Yo diría que es nuestra casa. Y disculpá mi humor, no tuve un buen día y me agarraste de sorpresa, pero si, estoy contento de verte y no quiero que te vayas.

Esa noche cenamos como lo habíamos hecho siempre. Miramos un capítulo de nuestra serie en la computadora y durante todo ese rato ella rodeó con sus brazos el mío. Cuando apareció el nombre del director en pantalla nos estábamos besando.

Tuve un pequeño asalto emocional en ese momento, fue como besarnos cuando éramos chicos. Pasamos a la pieza y todo el rito sexual había cambiado. Los pasos sincrónicos que habíamos construído durante los años no estaban. Me llamó mucho la atención descubrir que no tenía corpiño y al preguntarme si me molestaba, muy sinceramente le dije que no, mientras recordaba las miles de charlas que habíamos tenido al respecto donde yo le decía que había un decoro en el uso del corpiño y que no era tanto el esfuerzo. Hacía mucho tiempo que no tenía relaciones de verdad, incluso en los últimos tiempos con ella las cosas eran un poco ficticias. Esta vez sentí un vuelco en el pecho. Sobre el final quedamos abrazados, con las piernas enredadas y así nos dormimos.

Por la mañana ya no estaba y yo sabía que era así. Que así iba a ser la próxima vez si  había una. Y despacio aceptaba la idea de que por el resto de la vida, sin importar que sucediera con mi vida o la de ella, no podríamos terminar de entrar o salir uno en la del otro.