viernes, 2 de diciembre de 2022

El heavy

Las mañanas de primavera por Banfield eran una cosa tan deliciosa que ni hacía falta interpretarlas, hasta la persona más obtusa en sus emociones podía entender lo que estaba sucediendo. Algunas de esas mañanas yo las caminaba desde mi casa hasta la estación de tren, eran siete cuadras rectas por la misma calle. Plátanos y Eucaliptos daban sombra en las veredas, y los techos bajos de las casas dejan ver el azul del cielo en un tono tan pleno que parecía pintado. Al llegar a la cuadra anterior a la estación comenzaba una serie de pequeños comercios para complementar la zona comercial que quedaba cruzando las vías. Esta cuadra era humilde en su pretensión comercial y solo cubría lo básico: un almacén, una panadería, una librería y dos joyas extrañas: una relojería y una disquería. 

 Ya sabemos que voy a hablar de la disquería. En ella se podía encontrar una saludable variedad de discos y cassettes, en un pequeño y atiborrado local en el que se apilaban las más variadas latitudes musicales, desde piezas de música clásica hasta albums de rock y pop recién editados. Pero la joya de la tienda era otra, la joya era el heavy.
 
 No me refiero al género musical, el cual por supuesto estaba presente en los anaqueles, sino que me refiero a la humanidad que atendía el local, tengan en cuenta que quien escribe es un niño de once años aproximadamente, que proviene de una familia melómana y un poco tradicional, con esos lentes puestos, les cuento.

 El heavy era un muchacho de unos veintitres años, tal vez un poco más, pelo largo, algo de barba, vestido siempre con una campera de jean con tachas, muñequeras de cuero negro con tachas iguales a las de la campera, anillos de calaveras, otros de cruces y bajorelieves que daban un volúmen a sus dedos huesudos dignos de ser culpables de las más malévolas hechicerías. Su ensamble se completaba con un pantalón de jean ajustado y unas botitas blancas reebok que en ese momento eran imposibles de conseguir, tenían una 'union jack' pequeña, de tela, calada entre las capas de cuero. Eran importadas y solo se vendían en el reino unido. Lo único que variaba de su vestimenta diaria eran las remeras, todas ellas de bandas de rock pesado y todo esto componía el personaje al cual habíamos bautizado como el heavy.

 Pues bien, en mi casa no se escuchaba heavy metal, no, eso era inimaginable. Había discos de Queen, de The Police, Génesis, muchísimos de piezas clásicas de Beethoven y Mozart, recuerdo claramente uno de 'Carmen', de George Bizet, uno con una tapa muy extraña de los hermanos Gershwin. También por allí una linda cantidad de discos de folklore y tango, sobre todo unos de la Tana Rinaldi que sonaban por toda la casa los sábados mientras ventilábamos los ambientes y cada uno se dedicaba a limpiar el rincón que le tocaba. Pero no recuerdo que en esa casa haya sonado algo más pesado que Guns 'n' Roses.

 Algunas casas antes de llegar a la disquería se podía oir la música, el heavy se encargaba de sacar a la puerta los parlantes y poner música. Sabía bien donde estaba vendiendo y siempre utilizaba música que resultara atractiva para el público circulante. Pero al entrar al local la historia cambiaba. Allí parapetado detrás de su pequeño mostrador, tenía a su lado una bandeja tocadiscos y una casettera Pioneer plateada, pero estaban conectadas a otro amplificador distinto al de la calle, y dependiendo quién entraba al local subía o bajaba el volumen: Judas Priest, Iron Maiden, Metallica, Pantera, Deep Purple, Led Zeppelin, Thin Lizzie, y quien sabe cuanto más. Eran sonidos increíblemente atrapantes. Recuerdo entrar al local y tratar de aprender que banda era esa que sonaba, a veces el heavy dejaba la tapa del LP dando vueltas o estaba conversando con alguien y solo era cuestión de parar la oreja.

 Nunca supe como se llamaba el heavy ni de dónde sacaba sus discos, ni siquiera si la disquería era de él. Con los años lo reemplazo un pelmazo que seguramente sabía mucho de música pero no tenía mística, y para un adolescente rockero, la mística lo era todo, incluso podían convencerme de escuchar una banda o un artista por las historias que lo rodeaban más que por sus talentos musicales. Estaban esos peces gordos llamados Pink Floyd, Frank Zappa y Jacko Pastorius donde la mística y la música coincidían para generar un desborde de emociones donde el mundo era perfecto y podíamos salir a explicárselo al resto que vivía en la ignorancia y la ignominia. Afortunados nosotros en nuestro pequeño mundo donde un mágico heavy sabía digitar los conjuros que traían a la vida ese mundo donde la razón es de los sentidos y no tiene sentido tener razón.