lunes, 28 de diciembre de 2020

Una Fiesta (en Balvanera) (Parte II)

 


(link a la Parte I)

Después de cierta edad las fiestas se vuelven legibles. Cuando era más chico me costaba darme cuenta qué podría llegar a resultar un bodrio importante o qué tenía chances de ser un posible éxito. En este caso era bastante difícil saberlo. El lugar estaba habitado por varios personajes coetáneos a Carrie y Jotacé, lo cual podría representar un peligro. La gente joven tiene mucha energía pero poca experiencia, gustan de cosas que tienen poco que ver conmigo, cuando las entiendo. Por otro lado, aquí o allá había algún habitante que podía resultar atractivo. Empezando por la dueña de casa.

La dueña de casa era Yuli, el nombre era Yolanda pero ella lo detestaba y cuando la conocí me dejó bien claro que no deseaba que nadie lo utilice, algunas de sus amigas en ese momento le decían Yuli y gracias a no pocos esfuerzos superé todos y cada uno de los preconceptos que tenia y comencé a llamarla así hasta que me apropié del nombre. Ahora ese conjunto de letras, ese sonido, no estaban poblados de ideas y cosas sino que habían sido despojados de todo para completarse con su presencia. 

Yuli nunca fue una amiga cercana, ni siquiera me atrevería a llamarla amiga. La conocí en la facultad, era amiga de una amiga de un amigo y esas cosas que nunca terminan por aclararse pero que poco importan. Cada tanto con Yuli nos cruzábamos en el bar o en la biblioteca y se acercaba, estábamos unos días compartiendo horas de estudio y luego volvía la distancia. En esa época no había celulares y apenas algunos tenían un email. No existían las redes sociales y el sostén de los vínculos era más trabajoso que ahora. Pedir un teléfono a alguien era bastante más osado, además requería luego hacer la llamada y hablar, o justificar un encuentro y hasta ese momento uno no tenía mucha información de la persona.Nunca me atreví a pedirle su número, entonces Yuli entraba y salía de mis días en un ciclo dictado por el azar. Yo hacía esfuerzos por modificar ese azar y supongo que ella tampoco, y si así fue, jamás lo noté. 

Durante años no la vi hasta que hubo un episodio puntual, algunos años después de dejar facultad. Había empezado mi trabajo de corrector y no veía nada que me pudiera aportar el estudio, los docentes que tenía me resultaban poco interesantes y lo que me restaba de carrera lo mismo. Pensé, y no me equivoqué, que lo que faltara podría aprenderlo por mi cuenta mientras conocía el mundo. Así fue que decidí viajar y trabajar donde pudiera. Uno de mis compañeros en la facultad tenía un pariente que era editor y luego de unos pocos contactos conseguí hacer una prueba de corrección sobre traducciones de textos técnicos.Tenía un buen nivel de inglés y mis estudios secundarios fueron en una escuela técnica, lo que me calificaba bien para la tarea. Cobraba poco, los trabajos tenían fecha de entrega más o menos lejanas en el tiempo y las correcciones eran aprobadas casi en su totalidad. Así fue como comencé en el negocio que resultaría clave en mi vida. Podía viajar, hacer las correcciones en cualquier lugar, recibía por correo las pruebas de impresión, hacía mi trabajo y enviaba por correo las correcciones. Cuando Aníbal, el editor, tuvo que adoptar el correo electrónico como herramienta las pocas ataduras y complicaciones que tenía desaparecieron y ya no podía imaginarme haciendo otra cosa.Así fue como un día llegué a Cochabamba en Bolivia. Frente a la Plaza de Armas, habitan varios negocios bajo las arcadas, entre ellos los de cabinas telefónicas. Fui a una de ellas para hacer una llamada a la editorial y decirles que mi estadía en La Paz, que había sido pactada con anterioridad, era cambiada para quedarme allí y arreglar los datos postales necesarios para nuestros intercambios. Al salir de la cabina, haciendo la cola para pagar vi delante mío a una mujer. No me tomó más de unos segundos saber que era Yuli. Me sorprendió mi velocidad para identificarla, si bien su aspecto no había cambiado mucho, hacía tiempo que no la veía y la sensación de reconocerla tan rápido me dejó perplejo. La vi pagar su consumo y salir hacia la plaza, la busqué allí hasta encontrarla en un banco y me senté a su lado, sin decir nada

- Estas igual -me dijo- Te vi hablar en la cabina y te reconocí al instante.

Su mirada se dirigía a algo con lo que jugaba en sus manos, alguna ficha o moneda. Tenía una sonrisa muy pacífica y su tono de voz era muy relajado.

- ¿Qué haces en Cochabamba?

- Estoy trabajando para Aníbal ¿te acordás? En unos meses me encuentro con un amigo en Machu Picchu y decidí quedarme aquí para terminar un trabajo y luego seguir viajando. 

Me explicó que esa tarde estaba ocupada pero que le gustaría ponerse al día y charlar un rato. Me preguntó si podría encontrarme con ella al atardecer en ese mismo banco. Desde esa tarde y durante los cuatro días subsiguientes pasamos todo el rato juntos. Dormí en su casa todas esas noches, un departamento pequeño en un primer piso cerca de la plazaSucre. El quinto día a mediodía me dijo que se iba a La Paz y que no sabía cuándo volvería. Me pareció por demás natural en ese momento. Me ofreció quedarme en esa casa lo que dure mi estadía en Cochabamba y así fue. Cuando meses después marché a Machu Picchu, simplemente cerré la puerta y me fui. No la volví a ver hasta que entré por ese pasillo. En un cajón de mi escritorio aún tengo la llave de la puerta del departamento.

***

La casa era un PH remodelado bastante bonito. El patio interior había sido cubierto con un techo vidriado y casi todos los ambientes se habían abierto para despejar el camino. Lo 4que antiguamente era un lavadero había sido convertido en una moderna cocina y estaba, en ese momento, saturada de gente preparando bebidas o buscando algo para picar. Yuli nome había soltado la mano desde que pasé el umbral y cuando entramos a la casa me señaló una arcada que daba a uno de los ambientes con la intención que me dirigiera a ese lugar.Encontramos un sillón libre y allí nos tiramos. No sé si fue la posición, el descanso luego de caminar, o la satisfacción de haber logrado entrar a esa fiesta que había olido desde la calle, pero mi mente se detuvo por un momento, respiré dos veces profundamente y comencé a repasar los hechos. Me resultaba por demás increíble. Ví a Carrie con su cara iluminada por la pantalla del teléfono mientras Jotacé le acercaba un vaso con algo para beber. Hasta hacía unos minutos esas personas eran ajenas a mi vida y ahora las conocía un poco aunque sea, había logrado entrar a la fiesta y una noche que estaba a minutos de terminar vio extendida su vida por unas horas más. Sin embargo ninguna de esas cosas eran comparables a la sensación que tenía al sentir la piel de la mano de Yuli en la mía. Las palpitaciones que tuve cuando la vi aún resonaban en mi pecho. En un rapto de lucidez entendí que mi mente iba a zozobrar y necesitaba flotar un rato a solas para procesar el momento y poder navegarlo.Salté del sillón como un resorte, dibujé una sonrisa que salió desencajada y expliqué que iba al baño. Mientras buscaba ese cuarto, pensé seriamente en salir por la puerta y huir.

El cuarto de baño era gigantesco, en blanco y negro. Había sido reconstruido recientemente, habían elegido armarlo con elementos que parecían de otra época a pesar de ser nuevos. Los azulejos eran blancos rectangulares, con una guarda negra. El piso, damero en blanco y negro, me recordó a la casa de mis abuelos. El lavabo era desproporcionado en sus dimensiones, podría haber bañado a un niño allí dentro. Estaba sostenido por una columna de cerámica facetada que lo presentaba tan bello que daba pena utilizarlo. Todo tenía ángulos rectos o medios rectos, era realmente hermoso, parecía estar sumergido en un film de los años cincuenta. A un lado, una bañera blanca con cuatro patas de león perfectamente esmaltadas. El único elemento que no era blanco o negro era una estantería de mimbre que contenía toallas blancas y canastos cúbicos, también de mimbre, conteniendo los objetos de perfumería que normalmente se encuentran en el baño. Estaban escondidos allí para que no interrumpieran la uniformidad estética con que había sido creado el cuarto. Mi aspecto y mis ropas no encajaban en lo más mínimo.

Me miré al espejo y pensé qué creerían de mí mis antepasados sí me vieran en ese momento. El veredicto fue positivo y eso me permitió tomar la caña del timón firmemente y gobernar la embarcación. Un golpe de suerte me había sido regalado y no estaba entre las opciones desperdiciarlo. Vi el agua mezclada con mi orina fluir por el inodoro, vi como se llenaba de una carga nueva y recuperaba su pulcritud, caminé al lavabo y me lavé la cara dos veces. Hice un buche para enjuagarme la boca y repasé todas las salpicaduras con la toalla que doblé y colgué de una argolla metálica que servía de toallero. Me producía escozor dejar ese santuario desordenado.

Al salir del cuarto de baño estaba transformado, mi aplomo era total y podía sentir como me apropiaba de mi ser, de la noche y del azar. Pasé por la barra que separaba la cocina del estar y haciéndome el canchero miré a una señorita que estaba por entre las botellas y le pedí un trago, sonrió divertida, tomo dos botellas cualquiera, sirvió en un vaso, luego jugo de naranja y finalmente adornó la preparación con una hoja de menta. Y extendiendo el brazo cambió su sonrisa por una mirada retadora, mientras me alentaba con los gestos a beber aquello que yo había demandado y ella había construido. Entendí que no podía retractarme y simplemente tomé el vaso y le eché un trago. Era terrible, no imposible, pero terrible. Sonreí de costado como aprobando, la saludé elevando el vaso y marché hacia mi sillón, calculando los lugares donde podría dejar el vaso.

Mi sorpresa fue total cuando a la distancia, vi en el sillón sentada a Yuli con la mujer del colectivo, charlando animadas y un poco ajenas a la situación. Estaban sentadas de costado y quedaban enfrentadas, parecían ser grandes amigas, pero esa teoría partió por tierra cuando Yuli le acarició la cara y la besó. Todo el aplomo que había ganado se había esfumado, el vaso corría lentamente por entre mis dedos y dentro de pocos centímetros experimentaría una caída libre que terminaría, fatal y súbitamente contra el piso de cemento alisado. Había sido un beso pequeño, muy tierno y sentido. Mientras miraba estupefacto la escena perdí la noción de mi entorno y solo sentí el vaso perderse entre mis dedos. Intenté rescatarlo pero solo atiné a capturarlo a media caída, volcando la totalidad de su contenido y haciendo una escena.

Salí disparado hacia la cocina a buscar un trapo pensando qué me estaba pasando, estaba dando pantocazos contra cada ola que aparecía. La gente no parecía haberse percatado de mi accidente y todo a mi alrededor continuaba inmutable. Dejé el vaso sobre la mesada y volví sobre mis pasos, intentando alcanzar el sillón cuando en un giro detrás de una columna quedé de frente con Yuli, detrás suyo la mujer del colectivo, las dos me miraban y creí que iban a increparme por estar haciendo un escándalo. Yuli trajo a la mujer hasta delante mío y comenzó a presentarme, pero fue interrumpida rápidamente:

- Marce, él es Enrico...

- ¡Hola! -dijo Marcela- ¡Por fin!

- ...¿Por fin? ¿Se conocen?

Estaba pronto a dar explicaciones cuando comprendí que no había nada para explicar, aún así me sentí como si fuera interpelado por mi pareja al descubrirme con ‘otra’ en pleno acto.

(Continuará...)