(continuación del III)
Me encuentro último
pero desde atrás veo bien
vuelo bajo e intento aprender
No puedo tocar el suelo, solo oler
Así veo los colores nacer
Muero con ellos sin saber que son
y en el infinito una vez más
estoy naciendo para ser
Ese día frené el auto y adelante mío no había nada. Ella bajó y solo miré la estela perdiéndose en mi recuerdo. Todo estaba ahí, finalizado. No lo quería entender, pero todo había estado en mi imaginación. ¿Y qué otra cosa no está? Es bello solo cuando está en la imaginación de los dos, pero eso nunca había pasado.
El Polaco me miró desde la banda, tenía las piernas colgando y en cada cabeceada del barco el agua le llegaba hasta las rodillas. Yo había estado allí, durante horas, mirando ese azul que no estaría nunca más en ningún lado, esa fresca que te relame las piernas y te da todo sin pedir nada. Y todos los días deberían llorar así. Pero él me miraba impaciente, quería que desatara el nudo, quería saber que pasaría luego, y luego, en un momento, mi cigarillo se acabó y con él mi excusa quedó vencida. Incrusté la aguda punta del abrenudos en el corazón del maldito llano y en segundos ví la carne viva del cabo que había quedado protegido del sol y la sal, del agua y la noche, del odio y las caricias. Sentía a Ka mirando lo que mi espalda encorvada le impedía ver. Tomé las dos vueltas de cabo, y como una serpiente muerta y seca, la lancé hasta la banda, mientras le decía al polaco que la tome, que allí tenía su premio. El Capi se asomó por la escotilla y me miró con un poco de miedo, pero eso lo supe después.
No había funcionado lo del engaño. La excusa no se había disparado, era peor lo otro. Lo que me comía los huesos, era lo mismo que le había comido los huesos aquella vez al Capi. Estaba apostando en una mesa donde solo se podía perder. Detrás del volante me quedé con la boca semi abierta y ella estaba esperando al lado de la puerta, con el teléfono en mano, pero no lo miraba, su atención estaba puesta en mí. Bajé y cuando puso las llaves en la puerta entendió que algo pasaba, yo me había quedado un metro detrás de ella.
- Ya no. Hoy no paso, hoy no duermo y acá quedó.
- ....
- Ya habrá otro que te mime y te desee, hoy yo no, ya no.
Subí al auto y me disparé, muerto de miedo de lo que había hecho. Había un precipicio, el mismo que al principio. Pero ahora estaba lleno de niebla y asustaba, pero no tanto como la tierra firme que estaba pisando, y mientras caía por mi vacío emocional, recordaba como había imaginado a Tita hundirse hasta el fondo, habiendo muerto días antes, pero coronando la aventura de su muerte con esa zambullida.
Tomamos la maceta y discutíamos entre nosotros mientras Ka y el Capi miraban el horizonte. Entonces Ka nos repitió su frase:
- Tirala a la mierda.
Lo miré al Capi tratando de entender, al fin y al cabo era él quien pagaría el acierto o el error de hacerle caso. Con un gesto de la cabeza de me dijo que sí, que la tire. Ahí estábamos los cuatro, tres hombres semi desnudos y un bollo de mujer en remera, bajo el sol infernal del trópico, absortos mirando como un timón de viento llevaba un barco hasta su destino y nosotros no podíamos tirar por popa una maceta con tierra y un palo seco.
Desde ese equilibrio imposible que hacen los marinos con el barco escorado, saltando las olas, parado sobre mis pies descalzos asomé a Tita y en mi mente le dije adiós. La dejé caer lleno de miedo y miré el remolino que se formó donde cayó. La estela se perturbo un poco y la miré hasta que no pude diferenciar donde había caído. Ka lo miró al capi:
- ¿Ya está? Se murió y el coso ese en la cruceta ahí sigue... ¿estás contento?
- No cambió nada, solo hay una maceta de plástico en el fondo del mar.