sábado, 31 de mayo de 2014

Cito y Tita (III)

(continuación del II)

La oscuridad de la habitación nos envolvía. Ella dormía tranquila, habíamos hecho el amor y realmente teníamos un entendimiento sexual. Por otro lado no era completo, lo que permitía pensar que siempre se podía encontrar más, haciendo de cada encuentro algo interesante incluso antes de comenzar, ante la promesa de que tal vez ese día, esa vez, descubriríamos algo nuevo.

Después nos dormíamos enredados. Muchas veces me despertaba a mitad de la noche con un brazo dormido debajo de ella. Una de sus piernas cruzada sobre las mías o mis tobillos pinzando alguna de sus pantorillas. En invierno solía incinerarme debajo de las frazadas, mientras que en verano me congelaba con el aire acondicionado luego de que ella me robaba la única sábana que usábamos. Siempre que me despertaba tardaba un rato en entender lo que estaba pasando, y cada vez que lo entendía era feliz.

Karina llegó con Cita abajo del brazo, estaba parada frente al balcón de proa en el muelle. En la otra mano tenía un bolso mediano. El resto del vestuario eran unas ojotas de cuero gastadas heredadas de su madre hippie, una camisa vieja del padre, un short de jean, unos anteojos Ray Ban con cristales verdes y marcos dorados, el pelo recogido en un rodete. El Capi la había invitado a vivir a bordo, junto a él, unos meses antes de zarpar. A los dos días de su llegada lo conocí al Capi através de un amigo común que se bajó del viaje por un problema familiar. El polaco se subió al barco el día anterior a zarpar y nunca supe de donde carajo había salido. Karina llegó hasta popa y miró a su alrededor, el paisaje lo conocía pero ahora lo hacía suyo. Cuando le pasaba el bolso al Capi, sospechó que el interior del barco no era el mejor lugar para su planta y la dejó en popa.

- Eso no puede venir con nosotros ¿sabes?
- Esa planta está conmigo desde que me fui de la casa de mis viejos, a donde voy yo, va Tita.
-¿Tita?
- Si, ¿qué pasa? ¿Le podés poner nombre a un perro pero no a una planta? Se llama Tita.

El Capi miró fijo a la planta, y sin procesarlo se dió cuenta que no había posibilidad de discutir nada, ni desde la razón ni desde el corazón. Así Tita llegó a bordo y durante cuatro meses creció pegada al balcón de popa. En cada desayuno solitario, el Capi la miraba entre cucharada y cucharada de granola.

Luego de la danza, sintiendo el calor de sus muslos pegados a mi ingle, recordé la tarde en que me enteré que me engañaba. Desde ese momento yo había estado ausente de mi mismo y no me podía encontrar. Fui a su casa ya que teníamos una cena con sus amigas del instituto. Yo la acompañaba a pesar de que no podía tragar ni por un minuto las charlas ni los comentarios. Se lo había dicho y ella me pedía que así y todo hiciera el esfuerzo, para ella era importante. Estaba rondando por la casa mientras esperaba que se maquillara en el baño de su habitación, cuando a un costado de la cama encontré un bollo con ropa interior. Era una prenda suya y otra de hombre, que no era mía. Apenas si se veían asomar por abajo de la cama. Miré las prendas en silencio durante un rato y me invadió una ira ciega que dió paso a una infinita tristeza. Me fui de allí al otro baño, era el único lugar donde podía pensar. Lo primero que quería era irme. Luego pensé en confrontarla pero no tendría ningún sentido. Intenté encontrar otra explicación pero no había. Yo sabía que la relación no iba a sobrevivir si aquello salía a la luz, yo no podría sostener un estóico aguante. No me podría respetar a mi mismo. Si ella sabía que yo sabía, ahí quedaba todo. Por otro lado era como un cáncer dentro mío, reproduciéndose hasta el infinito. En la cena me emborraché y coquetié con todas las amigas de ella que tienen atracción por mí, ella me miraba muy sorprendida pero no decía nada. Mi reacción era más obvia que el berrinche de un niño de cuatro años.

Karina tenía diez años menos que el Capi. Yo no me daba cuenta, tenía mucha calle y estaba curtida. Por otro lado el Capi estaba en excelentes condiciones. Salvo algún lenguetazo ocasional con cocaína, un porro en fiestas o algún otro veneno social, se mantenía a distancia de las cosas nocivas, se alimentaba bien y tenía una vida ajetreada pero fuera de los rigores del estrés. Una vez a la semana se sentaba en el cockpit y sacaba la botella de escocés, para escuchar uno o dos de sus discos favoritos mientras saboreaba la malta. Unos meses antes de zarpar fui por primera vez a conocer en persona al Capi, quería ayudarlo con la puesta a punto del barco y así aprender. Por nuestras charlas telefónicas él estaba convencido que era igual o mayor que él. Por eso cuando me vió parado en la proa, quitándome los auriculares pensó que iba a `visitar' a Karina:

-No está acá, igual no sé si es prudente que la busques donde me podés encontrar a mí también, queda todo muy obvio
-... estoy buscando a elnombre, le dicen `Capi', hablámos ayer por teléfono
-Ah... sos vos. Pensé que venías por Ka
-¿Ka es tu novia? ¿anda con otros tipos?
-Yo qué sé. Seguro que si.