domingo, 17 de enero de 2021

Pagar una Birra

 


Era habitual encontrarme un sábado a la noche dando vueltas por los bares de Temperley. Tendría yo unos diecisiete años. En este lugar de la ciudad pululaban en unas pocas cuadras distintos lugares donde proveerse una bebida, algún antro bailable y sobre todo una nube hormonal adolescente que mareaba hasta a los perros. Había que encontrar una tribu, una pertenencia, que más o menos justificara las cosas que hacíamos, la música que escuchábamos, a qué lugares íbamos y a qué gente frecuentábamos. En uno de esos bares, una noche, me crucé con Alejandro. 

En realidad a Ale lo había conocido cerca de la estación de Lomas, yo iba a la escuela de noche y estaba desde el mediodía hasta media tarde dando vueltas tratando de encontrar algo para hacer. Los flippers pinballs en otros lugares del mundo) eran una gran fuente de distracción y allí iba yo a buscar mi matatiempos favorito. Un día estaba esperando que un pibe terminara de jugar su partida mientras espiaba como jugaba para aprender una cosa o dos. Estos juegos son a tres bolas, una vez que uno pierde la tercera, todo terminó. Vi como Alejandro recolectaba puntos, organizaba jugadas, hacía tiros prodigiosos y obtenía jackpots uno detrás de otro. Pero poco a poco las bolas caían. Primero una, luego otra, obtuvo una extra pero finalmente disparó la tercera y yo comencé a escurrir mis dedos dentro del bolsillo para recuperar mi ficha, ese círculo metálico con hendiduras que me haría acreedor a un partido. La bola dió un par de tumbos sobre el tablero y corrió directo hacia uno de los carriles laterales que la descartaría. Como un perro pavloviano comencé a salivar pensando en mi próxima aventura electromecánica. Pero cuando terminó el partido, Alejandro no abandonó su posición de dominación del aparato, conservó exacta la postura como si aún continuara el juego. Debo decir que me quedé un poco perplejo y esperaba que retornara a la realidad para notar mi presencia y dejarme jugar. Pero eso no sucedió.

Alejandro hizo medio paso atrás enfrentando al aparato, metió los dos dedos centrales de su mano izquierda por la apertura donde se retornaban las fichas que no habían sido aceptadas en un gesto que me resultó obsceno. Me hizo pensar en una penetración vaginal dactilar. Levantó la puerta desde ese punto, claro que solo unos milímetros, estaba bloqueada, y girando levemente la cabeza me miró por primera vez y vi su sonrisa, como una mueca, decorando la situación. Dio un golpe seco a la base de la puerta y escuché por los parlantes del aparato el sonido característico al acreditarse un juego. Nuestras miradas no se soltaron, la mueca no cesó, hubo otro golpe. 

- ¿Jugamos de a dos?

Durante un tiempo nos encontrábamos en la estación, íbamos juntos al negocio de los flippers y comprábamos dos o tres fichas para disimular, jugábamos unos seis o siete partidos y luego nos íbamos. Muchas veces perdíamos pronto y yo quería quedarme un poco más a matar el tiempo, pero Ale me sacaba amablemente y me explicaba que no había que abusar para no levantar sospechas. Antes del comienzo del verano desapareció. Yo sabía que vivía con una de sus tías cerca de mi casa pero era toda la información que tenía. Era un tipo extraño, bastante solitario y muy astuto. Creo que tenía la misma edad que yo pero como la mayoría de mis amigos, parecía entender una o dos cosas más que yo. 

Comenzó el siguiente año y estaba yo deambulando por Temperley, había ido con mis amigos pero siempre pasaba lo mismo, nos íbamos desparramando por los bares, caminando sueltos por las calles para el final de la noche encontrarnos en la plaza, ir a una pizzería a comer algo y volvernos a casa a dormir. Entonces estaba yo deambulando cuando al entrar al bar de la estación lo vi sentado a Alejandro en el mostrador, charlando con un viejo y fumando. Sostuve la mirada un rato y ví una vez más la sonrisa en su rostro, me hizo un gesto y me sumé a la charla. Pronto comprendí que no se conocían sino que estaban simplemente intercambiando opiniones, sumé las mías y así estuvimos durante un rato.

El bar de la estación tiene una barra de acero en forma de 'u' de modo tal que un solo mozo puede ir ocupándose de varios clientes. A su vez, a los clientes no les queda otra que consumir, ni bien uno pone un pié dentro del bar, el único paso restante posible es sentarse en la barra, o muy trabajosamente, dar vuelta a la 'u' para sentarse del otro lado. Uno de esos lados tiene acceso por la estación de tren, el otro por la calle.

El viejo se levantó, sacó un fajo de billetes de su bolsillo y haciendo un gesto al mozo le indicó que pagaba la consumición de los tres, nos guiñó un ojo y se marchó tambaleándose con un cigarrillo a medio prender en la comisura de su boca. En el mostrador quedaba un pingüino metálico con uno o dos vasos de vino, media soda y un cenicero lleno de colillas. Serví lo que restaba y comencé a charlar de estupideces con Alejandro, como si no hubiera pasado un día. Hice un racconto de mi verano, algunas cosas de la escuela y como había terminado la historia con esa chica con la que estaba noviando. Prendí un cigarrillo, hice un pequeño silencio y le pregunté "¿y vos?''. Me miró con una expresión vacía, siempre el esbozo de la sonrisa y la mirada fuerte, pero nada más. Solo me dijo "Tomemos una birra'' y llamó al mozo. 

Creí que me contaría de sus días, de qué había hecho o a dónde había ido, pero hablamos de flippers, de música, discos viejos de bandas más viejas aún y anécdotas que en esa época se trasmitían de boca en boca y eran imposibles de comprobar. Pagué esa cerveza y me dijo que él se encargaba de la próxima, que vino detrás.

En ese momento entró una de las tribus que daban vueltas por esas noches. Había varios colegios privados que producían una horda uniforme y amalgamada que operaba y respiraba en conjunto. Todo aquel que no pertenecía a la horda era un ser inferior, pero peor aún, si uno pertenecía a otra horda corría peligro de ser violentamente mancillado por el enemigo. En la horda de turno había dos muchachos que miraban constantemente para nuestro lado. A mí me tenía sin cuidado ya que sabía que no era más que un leptón para estos tipos, pero desconocía si podrían estar tras Ale. 

La segunda cerveza se me hizo pesada pero todos esos problemas se fueron al garete cuando Ale mientras prendía el último cigarrillo de su paquete me confesaba en voz baja que no tenía dinero para esa cerveza. Yo había gastado lo que me quedaba en la anterior y hasta me había arrepentido porque incluía el dinero del regreso a casa y ahora debía caminar, pero en ese momento entré en pánico. Ale notó mi alteración y sin perder la compostura me dijo que no me preocupara, que iba a cumplir con su pacto, él se encargaría.

Terminamos la segunda cerveza y mi borrachera estaba alterada por el temor a ser castigados, aunque no sabía como, por el mozo, una parte estaba alimentando paranoias con la horda y creía que en cualquier momento vendrían a por nosotros y yo no podría ni defenderme ni correr. Prendí un último cigarrillo que solo me descompuso aún más y pensé que simplemente podría levantarme e irme, en ese instante se terminarían mis problemas. La sola idea de concebir la idea me produjo arcadas. No sé quién era este tipo, ni aquellos, ni qué pasaría en el bar, pero yo no me iba a ningún lado.

La horda comenzó a cantar una canción popular pero con la letra cambiada, arengando al resto del bar a seguirlos a pesar de que no teníamos idea de como iba la letra. Del otro lado de la 'u' había miradas y gestos amenazantes en caso de no acatar la pauta, y yo solo pensaba que nada tenía sentido. Mientras me imaginaba fregando el bar hasta pagar nuestros gastos construía argumentos para explicar racionalmente por qué sería imposible para nosotros cantar una canción que desconocíamos e imaginaba esos argumentos escuchados y comprendidos por los integrantes de la horda. En medio de esos pensamientos algunas de mis neuronas que no estaban sumergidas en alcohol me interpelaban. ¿Quería yo resolver racionalmente cuestiones con una horda? ¿quién era el más irracional? ¿la horda o yo?

El clima en el bar se fue caldeando y el mozo, experimentado en su tarea, comenzó lentamente a cobrar los consumos y levantar los servicios. De a poco, como un pacman de blanco y negro, lo veía ir punto por punto recorriendo la 'u' y veía como nuestro fatal momento se aproximaba. Del lado de la horda alguien rompió un vaso al empujarlo de la barra al piso, posiblemente de forma accidental, pero el mozo, impasible ante el hecho, continuaba con su tarea y eso llevó a un libertinaje aún mayor por parte de la horda que ya se subía a las mesas y agitaba los brazos como en la cancha. Ale estaba pétreo bebiendo su cerveza y me sirvió el restante de la botella en mi vaso. 

El mozo llegó al último barra habiente anterior a nosotros y sentí el vértigo invadir mi cuerpo en forma de adrenalina. En ese momento Ale se paró, se puso el cigarro en la boca y cerrando un ojo para que no le entrara el humo tomó la botella y la arrojó violentamente contra el piso interior de la barra, generando un estruendo que invocó la mirada de todos y un momento de silencio. En ese momento, como una represa conteniendo miles de millones de litros de agua a punto de desbordarse vi al mozo calcular el daño. Una respuesta desmesurada generaría la explosión justificada de la horda, que destruiría mucho más que un envase. continuar impasible sería permitirlo todo y la tercera opción, la tomada, era la acertada. Con un grito y un gesto nos echó a todos y declaró el bar cerrado. 

Salimos por la puerta de la estación para dar un rodeo y evitar cruzarnos con la horda. Yo seguía en silencio, atónito y sorprendido. Ale caminaba a mi lado en silencio y llegamos a la puerta que daba a la boletería, metió la mano en un bolsillo y sacó tres o cuatro billetes, me dio uno mientras me decía "Para el colectivo" y apurando el paso subió al andén donde estaba entrando el tren. Me quedé parado allí unos cinco minutos hasta que vi venir por la calle el 318 que me llevaba a casa. Subí con el billete en la mano y mirando al chofer comprendí que debía pagar con monedas. A Ale nunca más lo vi.