domingo, 4 de agosto de 2013

Una estación

Las últimas páginas del libro me habían resultado un poco densas. Me costaba atravesarlas. La primera interrupción fue en el colectivo, tenía que bajar en una o dos calles más y solo me faltaban tres páginas.

Cerré en el primer punto aparte y puse el marcador de página. Me quedé con los anteojos puestos y bajé del colectivo, tenía que combinar con el subte y allí tendría los minutos necesarios para liquidar la cuestión. Bajé por la boca del subte y a pesar de ser invierno, no hacía tanto frío, iba con la mochila, el sombrero puesto y el abrigo en la mano. No podía parar de pensar en los personajes  y lo que sucedería después. Donde y de qué modo el libro iba a librarme de su atadura.

En la ventanilla de boletos había unos Alemanes o Polacos haciendo preguntas en un español horrible pero digno. El boletero hacía un esfuerzo por entenderles y ayudarles de algún modo. Cuando notaron mi presencia se hicieron a un lado permitiéndome comprar el boleto. Me miraban, uno a cada lado, era intimidante.

Luego de cruzar el molinete me apresuré a tomar el libro del bolsillo de la mochila, tenía un largo pasillo hasta el andén y podía ir adelantando la lectura allí. Pero no lograba concentrarme, constantemente tenía gente que me empujaba o me chocaba de frente, para cuando llegué al andén solo había logrado avanzar unas pocas líneas.

El tren llegó pronto y subí, como bajaba en pocas estaciones no ocupé asiento. Simplemente me apoyé contra la puerta del lado opuesto y comencé a leer, solo me faltarían dos o tres párrafos cuando el tren dejó la estación anterior a bajarme. La calidad de la escritura había aumentado notoriamente, no podía simplemente leerlas en velocidad, quería saborearlas. Releí el último párrafo y comprendí que la hija, que hasta ese momento había estado ausente del relato, era la piedra gravitacional que mantenía toda la historia junta. El reflejo en su vida de los hechos de la vida de su madre era la clave para darle perspectiva y sentido a miles de sucesos mencionados en el libro.

La puerta se abrió y aún tenía dos párrafos pequeños antes del final, bajé con cuidado, sin dejar de leer. Todo terminaría en el andén. Como miles de otras veces que terminaba un libro en un lugar público, pensaba en escribir una nota en su primer hoja y dejarlo para que alguien más lo recogiera. Nunca lo hice, liberar un libro. Pensaba que lo que tenía para darme ya había sido dado y que alojarlo en mi biblioteca solo sería perjudicial para él, para mi y para cualquiera que pudiera leerlo.  Levanté la mirada y volví mi rostro hacia el tren, entonces la vi.

En el primer asiento pegado a la puerta donde estaba apoyado había una mujer jóven. En su mirada notaba que estaba aturdida, con sacudida. Se escuchó la señal sonora de las puertas y antes de que se cierren volví a subir al tren, tenía el libro en mi mano, la mochila a medio colgar sujetada por la otra. Me miró y luego desvió su mirada a la tapa del libro. Rápidamente me puse a leer. De pronto todo había terminado, sentí como la historia se cerraba dentro de mí, como los personajes se terminaban de armar y que claramente no quedaba nada más para decir. Cerré el libro y miré su tapa una vez más. La señal sonora volvió a innundar el aire y perdí la ensoñación. Le di el libro y recordé que algunos de mis datos estaban anotados en lápiz en la primer hoja. Ella lo miro y luego, tomándolo con sumo cuidado lo posó con ambas manos en su regazo y cerró los ojos. Bajé del tren con lo justo, mientras la segunda señal sonaba y las puertas se cerraban. Los graffitis en el vagón impedían ver hacia adentro, el tren partió y se perdió por el túnel.

Subí los pocos escalones que separan la estación de la superficie y al salir, un pequeño aire fresco me golpeó. Pensé que estaba cuatro o cinco calles más lejos de casa, y recordé que tenía unos papeles para ordenar.